
Milei no se parece a nada
En total son 1030 artículos: 366 tiene el súper DNU de la semana pasada y 664, la ley ómnibus enviada ayer al Congreso. Si el DNU pasara el filtro de la Justicia y entrara en vigencia sin ser abolido por el Congreso y la ley ómnibus fuera aprobada así como está, la Argentina cambiaría sus reglas de juego a niveles inimaginables.
Tal vez sea más fácil expresarlo por la negativa: estos dos instrumentos legales sumados liquidan de raíz el modelo peronista que desde hace casi ochenta años rige la vida argentina (o como mínimo la impregna).
Al margen de la opinión que se tenga de lo que podría denominarse el “Mileiazo”, más allá de las reservas o esperanzas que este planteo neutrónico genere, la envergadura de las reformas está fuera de discusión. Milei dice la verdad, esto es lo que él prometió. La sorpresa, en todo caso, no está en la propuesta explosiva ni en su omnicomprensión sino en la aparición de un candidato que al llegar al poder pretende hacer lo que dijo que haría y que encima le importen poco y nada los obstáculos, las adversidades, los desequilibrios político institucionales que le juegan en contra.
Ningún presidente había impulsado semejante cantidad y profundidad de reformas sin siquiera haber llegado a cobrar el primer sueldo. Y tampoco nunca había habido, después de Perón, un presidente tan respaldado por las urnas y a la vez tan despiadadamente frágil a nivel parlamentario y a nivel federal.
Milei no se parece a nada.
Al principio se lo veía como un representante más de la derecha antipolítica, cruza de Trump y Bolsonaro, pero una vez que consiguió el trabajo para el que se había postulado, como él dice, los moldes de la era proselitista se volvieron más imperfectos de lo que ya eran.
El león rugiente lleva unas cuantas semanas sin airear la ira que le dieron la fama y el éxito en campaña. Al contrario, llama a una reunión a todos los gobernadores y los escucha uno por uno con la paciencia de un confesor anglicano. Esfuerzo tántrico: a Axel Kicillof lo dejó hablar más de media hora para que purgara las tensiones ideológicas acumuladas. El Presidente acaso se vengó esta semana, cuando dijo que para pagar los 16 mil millones de dólares del juicio por la estatización mal hecha de YPF pensaba crear una tasa, “la tasa Kicillof”.
Más sutil que desaforado, Milei desconcierta. Hasta tiene desconcertados a muchos analistas políticos, que son profesionales acostumbrados a mirar lo que ya sucedió en circunstancias históricas similares, evaluar resultados, formular paralelismos y aventurar pronósticos. Circunstancias históricas similares por lo pronto no hay. Tan compleja es la crisis y tan impredecible el Milei gobernante en su estrategia política -no así en sus ideas- que las dudas, claro, pululan. Pero un aliado importante del gobierno, el diputado José Luis Espert, recién encumbrado como presidente de la Comisión de Presupuesto y Hacienda, acaba de legitimarlas: “yo no puedo firmar hoy que esto termina bien”, dijo. No sonó tremebundo. Sonó crudo. A la usanza mileísta.
¿Podrá hacer Milei lo que ahora ya no dice que hará sino que lo está haciendo?
El osado Milei sigue entusiasmando a la prensa internacional como ningún presidente argentino anterior. La curiosidad persiste (los grandes medios no pusieron el ojo en Buenos Aires sólo el día de la asunción), pero esta vez la atención mundial no alimenta el proverbial orgullo narcisista. ¿El experimento argentino atrae al mundo por el riesgo de fracaso que Espert admite? ¿O afuera están tan atentos al éxito del modelo argentino para apurarse a copiarlo? La realidad argentina emula a esas ficciones taquilleras de trama intensa, personajes inclasificables y final impredecible.
No es que Milei no se parezca a nada conocido. Se parece, sí, a Trump, a Bolsonaro. Pero está muy lejos de calcarlos, sólo porta un poco de cada uno junto con mucho más que siete diferencias. Ya fue dicho muchas veces: Trump surgió y aun habita en el establishment republicano, no es un outsider pleno. Menem, por estos días espejo recurrente de Milei, lideró hasta el último día de su gobierno a un peronismo que él reconvirtió desde adentro. La misma relativización vale para las comparaciones que se hacen de Milei con Kirchner a propósito de la cantidad de audacia y determinación.
Si es por los comienzos y la condición de nuevo en la política se lo ha comparado con Perón. Hay quien le ve al expanelista algo del excomediante Volodimir Zelensky. Y están los que buscan asimilarlo con Fujimori. Para no banalizar el Holocausto podría olvidarse el dato de que a Milei se lo llegó a comparar con Hitler si no fuera porque a la sugerencia más sonora la hizo en su momento, desde el Vaticano, el Papa (previamente acusado de ser “comunista” por el candidato libertario). “Cuando viene un salvador sin historia, sospechá”, recomendaba Francisco en la génesis del fenómeno. Sin nombrarlo, al aludido lo llamaba “Adolfito”.
Cabe suponer que después de decir Milei que su plan B para imponer las reformas es algo parecido a una consulta pública, ahora vendrán las menciones de un Alfonsín magistral, sin importar que al presidente radical lo denostó más que al Papa.
Cuatro décadas atrás Alfonsín no tenía el vigoroso sostén del 55 y medio por ciento, pero venía de ganarle al peronismo nada menos que con el 52 por ciento (lo venció por once puntos, la misma diferencia que Milei a Massa en el balotaje), cuando mandó al Congreso, una semana y media después de asumir, la llamada ley Mucci, una democratización de los sindicatos. En realidad nunca fue una ley. Después de que la aprobase Diputados, el 14 de marzo de 1984 el Senado peronista se la volteó por 24 votos contra 22. Ese mismo año, para no tropezar con la misma piedra al enviar al Congreso la convalidación de la paz con Chile, Alfonsín sorprendió al país con la convocatoria a una consulta pública no vinculante (mecanismo que aún no figuraba en la Constitución). Las elecciones, el 25 de noviembre, fueron un éxito rotundo para el gobierno. Participó en forma voluntaria el 70 por ciento. El “Sí” triunfó por más del 82 por ciento. El “No”, postulado por la mayor parte del peronismo, sacó 16 por ciento. Al final Alfonsín consiguió que el Senado aprobara el acuerdo en consonancia con la voluntad popular, pero, créase o no, la votación legislativa fue de 23 a 22. De los 22 que contrariaron lo expresado en las urnas 21 eran peronistas y uno (Elías Sapag), senador del Movimiento Popular Neuquino. Una experiencia con muchas enseñanzas.
En las últimas horas Milei no se refirió a cómo capeó Alfonsín en 1984 la implacable “resistencia” peronista sino a lo que argumentó Arturo Frondizi en 1958 para saltearse el Congreso en oportunidad de decidir sobre los contratos petroleros. “Pareciera que algunos por sadismo y otros por corruptos quieren mantener encadenados a los argentinos”, decía Frondizi citado por Milei, quien horas más tarde habló de diputados que demoran los debates para buscar coimas, lo que no pareció precisamente una plegaria republicana. Pero en su evocación Milei se salteó un par de detalles contextuales. El primero es que Frondizi controlaba ambas cámaras (en el Senado todas las bancas eran de la UCRI y en Diputados el bloque oficialista tenía 133 bancas sobre 187), además de que todos los gobernadores también eran del partido del presidente. ¿Y entonces por qué esquivó el Congreso? Ese es el segundo detalle: Frondizi estaba invirtiendo su posición personal en contra del capital internacional y las grandes empresas petroleras, por lo que prefirió ahorrar cuestionamientos mediante un decreto. Dijo que era para “evitar importantes demoras cuando el país está en situación de emergencia”. ¡Pasaron 66 años!
Por cómo están las cosas hoy tal vez hubiera convenido más recordar otros padecimientos de Frondizi, como el comportamiento de la oposición peronista. Nada tan ilustrativo como la carta que Perón le mandó desde el exilio a su delegado John William Cooke el 20 de diciembre del año de la asunción. El general pedía con urgencia “comenzar la resistencia pasiva y la desobediencia civil en la misma forma que lo hicimos contra la dictadura. No digo que vamos ahora a tirar bombas pero sí debemos organizar en forma la campaña de panfletos, murmuraciones, protestas, desobediencias, paros, huelgas, desórdenes, provocaciones, sabotajes menores, etc.”.
El riesgo de que “esto no termine bien” es un temor que el cuentapropista que ahora espera mucho más tiempo que antes el colectivo podría compartir con el CEO de una multinacional. Ansiosos ambos por verificar que la inflación un día deje de crecer. Que ninguna explosión social ponga a prueba en serio los protocolos de Patricia Bullrich. Que las teorías libertarias bajen a tierra y empiecen a mostrar beneficios.
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