"…La enorme mesa navideña está engalanada por el amor que las mujeres le sembraron con sus simples pero hermosos arreglos…"

 

Ya están casi todos. Casi, porque es un momento donde las ausencias gritan fuerte. Compromiso de hierro: que nadie acuda a la tristeza, la melancolía, aquellas dolorosas nostalgias.

La primera fotografía es la de los chicos contemplando extasiados el itinerario de un enorme globo zonda llameante, que al final se haría puro viento. La segunda, la del abuelo taciturno en un rincón, vaya a saber pensando qué o añorando qué o esperando qué. Un familiar con un enorme vaso en la mano, en el límite casi peligroso de la alegría. Los fuegos artificiales en la plazoleta cercana buscan las cúspides de la noche y caen al final en harapiento aguacero de estrellas. La foto del más pequeño que no logra dormirse debido al estruendo de los absurdos petardos, contrasta con la de la tía que mira sin mirar desde su casi sopor o cansancio, vaya uno a saber. La enorme mesa navideña, engalanada por el amor que las mujeres le sembraron con sus simples pero hermosos arreglos. Y hasta la mesa tembleque, en el momento en que fue milagrosamente sujetada cuando casi se lleva sacrílegamente al suelo la sangría.

El cielo comienza a llenarse de estrellitas fugaces de todos los colores, picaflores picoteando sombras. Las doce se acercan con su mimo de piedad, como todos los años, como siempre fue en el mundo, a pesar de heridas y enfrentamientos.

Hasta que se viene en puro corazón el momento de los abrazos, y la gente llora el desafío no querido de las ausencias.

Entonces pienso: desde ahora, me propongo apartar de la Navidad los dolores. Cuando la noche se suba al velero de los recuerdos, tomaré dulcemente las ausencias del brazo y las convocaré a recorrer los mejores momentos vividos en común. Así, la madre, el hermano y el amigo que abandonaron la barquichuela de la vida, pero que en ese momento acuden de pie a la nostalgia, tendrán la seguridad de que les tomaremos la mano para reconocer el territorio de los mejores momentos vividos; nos bañaremos en sus sonrisas fáciles, traeremos a la mesa triunfal sus palabras sencillas o sus miradas dignas; reinventaremos en esos instantes de ensueño sus dichos más amados y su compañía; nos reiremos con sus risas, sabremos perfectamente que están entre nosotros, al alcance de nuestros corazones, porque las buenas memorias sólo pueden abrazar lo sano, lo noble, lo positivo. 

Pero hay algo que paraliza las luces y las sombras: un hombre de rostro apacible y vestimenta sencilla llega de la nada y se para junto al pesebre. Dice un mensaje que jamás habíamos escuchado, pero que suena a rezo. Nos damos cuenta al instante que los corazones se agitan demasiado y la centella del alma trepa a una corona de espinas que le humaniza el rostro. "Haced esto en memoria de mí", dijo, al dividir un fiel pan en varios trozos; tomó por pulso la Navidad incipiente y se la llevó hasta su Reino.

 

Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete