
La Navidad conmemora uno de los acontecimientos más importantes de la fe cristiana: el nacimiento de Jesús. "Porque a tal punto amó Dios al mundo que le entregó a su único hijo" (Jn. 3, 16). Navidad es la expresión de esa pasión de Dios por el hombre, que le lleva a hacerse hombre en Jesús de Nazaret. Desde ese día, todo será distinto para la humanidad. La historia quedará definitivamente marcada por aquel acontecimiento y los corazones de los hombres atravesados por la fuerza de un mensaje liberador: "la verdad os hará libres" (Jn.8,32).
Las enseñanzas del Pesebre
El Pesebre nos habla. La primera enseñanza de la Navidad es el Pesebre en sí mismo. Dios no eligió un fastuoso palacio como morada de su Hijo. Nació en un establo, recordándonos el valor de vivir una vida con espíritu de humildad. Virtud moral que modera el afán de grandeza y nos ayuda a saber quiénes somos. Humildad es mirarnos como somos, sin justificativos ni atenuantes, con verdad. Sólo así podremos comprender la grandeza de Dios. La humildad remueve la soberbia y nos vuelve más dóciles para estar atentos y entender el llamado de su gracia. ¡Cuántos sinsabores y desencuentros evitaríamos si tuviésemos el oído del corazón más presto a escucharle!
La segunda enseñanza, vinculada con la anterior, es la paz que nos trae recordar con gratitud, de dónde venimos, quiénes somos y el Amor incondicional de Dios. De un Padre que no nos desampara aún en nuestras horas más sombrías. En sentido positivo la paz, es un estado de equilibrio, armonía y concordia. El Pesebre nos convoca a creer en la cultura de la humildad, del amor y de la paz como fruto de aquellas. Una cultura que no debe reducirse a una mirada negativa como sinónimo de un triunfo bélico o ausencia de guerras. La paz es una decisión personal. Como virtud, nos permite una vida armónica que ayuda a nuestro desarrollo humano. No en vano, la palabra paz aparece 91 veces nombrada en el Nuevo Testamento y es utilizada como fórmula de saludo: "Cuando entréis en una casa, lo primero saludad: ‘Paz a esta casa’; si hay allí gente de paz, la paz que les deseáis se posará sobre ellos; si no, volverá a vosotros" (Lc 10,5-6).
La alegría del Pesebre
La tercera enseñanza que nos trae el Pesebre es la alegría que provoca esa paz interior. Ya San Pablo nos exhortaba: "Estad siempre alegres" (I Thes 5, 16). Alegría que bien puede ser entendida como el gozo que se complace en la posesión o esperanza de bienes apetecibles. Y de esa posesión o esperanza nace la alegría. Mirando el Pesebre, podemos descubrir que no hay gozo más grande que sabernos amados tal como somos y que ese Amor le llevó a hacerse Hombre en Jesús. Y que en ese Amor radica nuestra esperanza.
Una primera reflexión es que la alegría es efecto del Amor, de ese Amor que atraviesa toda la escena del Pesebre. Más allá de nuestras creencias o a falta de ellas, ese amor nos abraza a todos. Nadie está excluido del Banquete del Amor al que estamos invitados. No olvidemos que Navidad es la fiesta de la humanidad de un Dios cercano que, al hacerse hombre vuelve sagrada toda vida humana. Sin olvidar que la alegría también es consecuencia de una conducta proba y digna de todo ser humano, según la vocación al que fuera llamado. La alegría por eso es una virtud que está en el centro de la vida moral.
Vuelvo la mirada al Pesebre de mi hogar y pienso que Navidad es una oportunidad de buscar la paz y seguirla: "Quien quiera amar la vida y pasar días felices, cuide su lengua de hablar mal y sus labios de decir mentiras; aléjese del mal y haga el bien, busque la paz y sígala" (1Ped. 3:10,11)
Por Miryan Andújar
Abogada, docente e investigadora
Instituto de Bioética de la UCCuyo