El mundo requiere de voluntades auténticas y transparentes, unidas y reunidas contra la fiebre del espíritu corrupto, que todo lo embadurna de inestabilidad y conflictos, poniendo de continuo en peligro el desarrollo social y económico, así como las instituciones democráticas y el Estado social y de derecho. Hay que abandonarse, despojarse de lo mundano, para empezar un camino de conciliación hacia todo aquello que nos vive de verdad. Tomemos el testimonio de María, un latido inmaculado y místico, revestido de bondad desde el principio. La belleza no contaminada de la Madre del amor hermoso de todos los vivientes, es nuestro horizonte a abrazar, para que las obras humanas no se vuelvan contra la humanidad, sino que sirvan para el desarrollo vivencial de este poema interminable al que aspiramos, cargado de autenticidad y luminosidad ante las sombras de nuestros andares.
Lo importante es irradiar cercanía y vitalidad de renovación personal, que es lo que en realidad nos vuelve libres y humanos. Ciertamente, aunque el mundo se hunda en la falsedad, siempre emergerán los brotes de la evidencia a través del amor. No olvidemos que somos hijos del nítido querer celestial, no de la autoridad; y, por ende, el poderío no debe ser lo nuestro, sino la capacidad de entrega y servicio permanente, como poetas en guardia. Son esas pulsaciones líricas, inherentes a nuestro palpitar por aquí abajo, las que no hacen entrar en el ser de las cosas y enternecernos con el silencio de sus abecedarios. Así surge el furor de la inspiración, las grandes elevaciones del alma, para que no perdamos el sentido de lo que uno es, absolutamente nada sin la trascendencia del Dios-Creador, del Dios-Redentor, y del Dios-Espíritu; injertándonos en un universo sistémico, previo hacernos verso celeste.
La inmoralidad de esta época
Lo terrenal es lo que nos endiosa de hipocresía hasta socavarnos al propio aliento que necesitamos para poder caminar. Realmente todo se vacía de pureza y se envicia de perversión. La inmoralidad de esta época es tan manifiesta que nos impide crear conciencia de existir, escuchar nuestra voz interior que vale por mil testigos, y dar continuidad poética, al modo de pensar y de vivir. Nunca es tarde, por consiguiente, para repensar nuestro camino.
La espiritualidad de la Inmaculada Concepción, seguro que nos ayuda a reencontrarnos con lo puro, con ese infinito amor que todo lo abraza, sensible al Poderoso y también a la comunión con aquello que nos acompaña en el trayecto. A poco que hagamos un alto en el itinerario, observaremos el singular privilegio de contar con una impecable Abogada, siempre vinculada a nosotros, a fin de que toda la humanidad sea una sola familia.
La corrupción es un gran lastre que está ahí, en cualquier parte del mundo. Tenemos que saber que nunca florece tarde para levantarse de las caídas, y que los linajes, son un sumatorio de ramas que nos embellecen unidos; puesto que, las raíces de nuestra presencia se postran en la gracia infinita del Creador.
Asimismo, Ella, la nívea estrella de la mañana nos reafirma su proclama de bondades y virtudes, junto a la alborada protectora que nos confirma la espera, el nacimiento de la claridad en nuestras vidas, el principio de nuestra esperanza verdadera.
> No somos nada sin Dios
No somos nada sin Dios. Sólo a través de la cooperación y la implicación colectiva, podremos superar el impacto negativo de lo putrefacto. Sin duda, debemos poner en valor la honestidad, la mejor de todas las artes desatendidas. Para ello, contamos con la valentía de María, nuestra eterna Inmaculada, que se resistió a todo soplo corrompido. Es cuestión de continuar sus dóciles huellas, de afirmarnos y de reafirmarnos en el sí de la lucha contra el seductor y sus negros estímulos, para que no se contaminen nuestras propias pulsaciones y custodiemos el bien que todos llevamos. En un espíritu corrompido no cabe el decoro. Indudablemente, en la concepción inmaculada de María, estamos todos convocados a mostrarnos conformes a la aurora del mundo nuevo, en perenne transformación y en recreación idílica.
Víctor CORCOBA HERRERO
Escritor