La Voz del Interior
Opinión

¿Podremos volver a tener un gobierno virtuoso?

La cuestión de los valores –como legitimadores de la democracia liberal– debe ser retomada, so pena de ver peligrar la legitimidad de un sistema al que estamos convencidos de defender a capa y espada.

19 de diciembre de 2023, 03:01
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cristina kirchner sesion senado recinto

Los argentinos hemos asistido a un fenómeno lamentable: en nuestro país parece que la ética se divorció de la práctica política; tanto que no pedimos que sean honestos, sino “que no roben tanto”. Eso aleja a la clase dirigente de toda posibilidad de ejercer un gobierno virtuoso. Ni siquiera la ciudadanía que elige le exige un comportamiento ético.

Virtud es la disposición de la persona para obrar, de acuerdo con determinados proyectos, ideales como el bien, la verdad, la justicia y la belleza. Son virtudes la humildad, la integridad, la decencia, la moralidad, la ética, la honradez, la honestidad, la bondad, el pudor y la excelencia. Para los cristianos, cuatro son las virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. Lo contrario de la virtud es el vicio, y en el ejercicio de la virtud se elige lo que está bien y se evita lo que está mal.

Las virtudes son aquellas características de un individuo que son esperables o deseables por la sociedad. Suelen tener consecuencias positivas para la persona y para su entorno.

Para el filósofo político estadounidense John Rawls (1921-2002), la justicia es la virtud más importante de una sociedad democrática. Lo que buscaba Rawls era elaborar una teoría de la justicia en un marco democrático moderno y relacionando a aquella con la legitimidad de la democracia liberal. Parece que, para ser legítima, una democracia necesita que sus ciudadanos la consideren justa.

¿Los argentinos consideramos que nuestra democracia es justa? Sin lugar a dudas, podemos decir que no.

Nuestra democracia es lo que elegimos, y esto es así porque surge de un consenso social innegable: necesitamos elegir a nuestras autoridades dejando en el pasado la opción de un gobierno no democrático.

Nuestra elección, por el momento, no suma a la exigencia de la democracia –como sistema de gobierno y estilo de vida– el conjunto de valores que deberíamos exigir a los efectos de no retroceder en nuestras propias expectativas.

En síntesis, hasta el momento nos hemos contentado con elegir a nuestras autoridades, lo que hace de la democracia indirecta el techo de nuestras exigencias.

El kirchnerismo y sus 20 años de sinuosa trayectoria, repleta de hechos de corrupción e injusticia distributiva, deja una enseñanza que debe servirnos para no llegar a la conclusión de que puede peligrar la legitimidad de la democracia: un líder político –por amado que sea– no puede, en un país con el 44% de su población por debajo de la línea de pobreza, cobrar el equivalente a 140 jubilaciones mínimas.

La ética y el ejercicio del poder nunca fueron juntos en los gobiernos kirchneristas, porque se naturalizó que la elite gobernante y sus allegados –empresarios o políticos adherentes al modelo– podían tener ingresos exorbitantes y el resto de la población, seguir hundida en la pobreza. Esto se legitimó mediante la creación de una nueva clase social ociosa, prebendaria, parasitaria y capaz de poner en peligro la paz social si peligran sus intereses, resumidos en una incontrastable realidad: vivir del Estado.

La cuestión de los valores –como legitimadores de la democracia liberal– debe ser retomada, so pena de ver peligrar la legitimidad de un sistema al que estamos convencidos de defender a capa y espada, porque si eso no ocurre, tendremos una democracia formal, cuya característica esencial será la siguiente: elegimos a nuestros propios verdugos cada cuatro años.

Pero la clase dirigente no emerge de la tierra: la elegimos nosotros. Somos nosotros, entonces, los que nos debemos esa discusión.

* Profesor de Historia

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