El intenso clima espiritual que rodea la Navidad se desarrolló en la Edad Media gracias al genio de San Francisco de Asís, enamorado de Jesús Dios-con-nosotros. Su primer biógrafo, Tomás de Celano, en la Vita seconda narra que San Francisco "con preferencia a las demás solemnidades, celebraba con inefable alegría la del Nacimiento del Niño Jesús; la llamaba fiesta de las fiestas, en la que Dios, hecho niño pequeño, se crió a los pechos de madre humana". De esta devoción al misterio de la Encarnación se originó la famosa celebración de la Navidad en Greccio, Italia. Muy probablemente, Francisco se inspiró durante su peregrinación a Tierra Santa y en el pesebre de Santa María la Mayor en Roma. Lo que animaba al Poverello de Asís era el deseo de experimentar de forma concreta, viva y actual la humilde grandeza del acontecimiento del nacimiento del Niño Jesús.
En la primera biografía, Tomás de Celano habla de la noche del belén de Greccio de una forma viva, dando una contribución a la difusión de la tradición navideña más hermosa, la del belén. La noche de Greccio -24 de diciembre de 1223-devolvió a la cristiandad la intensidad y la belleza de la fiesta de la Navidad y educó al pueblo de Dios a captar su mensaje más auténtico, su calor particular, y a amar y adorar la humanidad de Cristo. Se cumplen así, los 800 años de aquél primer pesebre.
Una nueva dimensión
Este enfoque de la Navidad ofreció a la fe cristiana una nueva dimensión. La Pascua había concentrado la atención sobre el poder de Dios que vence a la muerte, inaugura una nueva vida y enseña a esperar en el mundo futuro. Con San Francisco y su belén se ponían de relieve el amor inerme de Dios, su humildad y su benignidad, que en la Encarnación del Verbo se manifiesta a los hombres para enseñar un modo nuevo de vivir y de amar. El que es Rico, se hizo pobre. El que es Fuerte, se hizo débil. El que es grande, se hizo pequeño.
Celano narra que, en aquella noche de Navidad, le fue concedida a San Francisco la gracia de una visión maravillosa. Vio que en el pesebre yacía inmóvil un niño pequeño, que se despertó del sueño precisamente por la cercanía del santo de Asís. Y añade: "No carece esta visión de sentido, puesto que el Niño Jesús, sepultado en el olvido en muchos corazones, resucitó por su gracia, por medio de su siervo Francisco, y su imagen quedó grabada en los corazones enamorados" (1 Cel 86). Este cuadro describe con gran precisión todo lo que la fe viva y el amor de san Francisco a la humanidad de Cristo han transmitido a la fiesta cristiana de la Navidad: el descubrimiento de que Dios se revela en los tiernos miembros del Niño Jesús. Gracias a San Francisco, el pueblo cristiano ha podido percibir que en Navidad Dios ha llegado a ser verdaderamente el "Emmanuel", el Dios-con-nosotros, del que no nos separa ninguna barrera. En ese Niño, Dios se ha hecho tan próximo a cada uno de nosotros, tan cercano, que podemos tratarle de tú y mantener con él una relación confiada de profundo afecto, como lo hacemos con un recién nacido.
En ese Niño se manifiesta el Dios-Amor: Dios viene sin armas, sin la fuerza, porque no pretende conquistar nada desde fuera; sólo quiere ser acogido libremente; Dios se hace Niño inerme para vencer la soberbia, la violencia, el afán de poseer del hombre. En Jesús, Dios asumió esta condición pobre y conmovedora para vencer con el amor.
Su condición de Niño nos indica además cómo podemos encontrar a Dios y gozar de su presencia. A la luz de la Navidad podemos comprender las palabras de Jesús: "Si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos" (Mt 18,3). Quien no acoge a Jesús con corazón de niño, no puede entrar en el reino de los cielos.
Por Pbro. Dr. José Juan García