
Clorindo Testa en su hogar, frente a su colección de máscaras africanas y de modelos de barcos / fundación clorindo testa
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Fue una figura clave del arte y la arquitectura de nuestro país. Sus obras, sus gustos, sus formas y su recuerdo, en la voz de sus afectos
Clorindo Testa en su hogar, frente a su colección de máscaras africanas y de modelos de barcos / fundación clorindo testa
Juan Verano
Se cumple un siglo del nacimiento en la Campania italiana de Clorindo Testa, figura fundamental de la historia del arte y la arquitectura de Argentina.
Los que conocieron a Testa, nacido el 10 de diciembre de 1923 y fallecido a los 90 años en su amada Buenos Aires, lo definen como un hombre “formal”, pero “suelto y distendido”, dotado de un singular sentido del humor.
“Clorindo era un niño con una gran capacidad creativa y con una capacidad de dibujo deslumbrante. Tenía las ideas en la cabeza y las transmitía con bocetos”, asegura el comunicador Julio Suaya, referencia del periodismo cultural argentino y director ejecutivo de la Fundación Clorindo Testa, creada por la familia pocos meses después de su muerte.
En 2023, la Fundación puso en marcha varias iniciativas con motivo del centenario, entre ellas el lanzamiento de un libro infantil ilustrado sobre su vida o un documental, todavía en producción, con entrevistas inéditas del arquitecto.
Desde su céntrico estudio, Testa y sus equipos proyectaron decenas de edificios en Buenos Aires y otras ciudades del país, entre ellos algunos tan característicos como la sede del antiguo Banco de Londres y América del Sur, la Biblioteca Nacional de la República Argentina o la Casa Di Tella.
Su hija, Joaquina Testa, recuerda las largas jornadas de trabajo de su padre. “Él trabajaba en este estudio todos los días de 9 a 1, y después de 3 a 6. Siempre estaba concentrado y siempre pensando en algo”, comenta.
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Joaquina recuerda la rutina de su padre, habitante del elegante barrio de Recoleta. “Pasaba por la confitería La Farola, se tomaba un café con unas medialunas, pensaba todo lo que tenía que resolver ese día y lo ponía en papel”, afirma.
Según su hija, no era un hombre coqueto pero sí preocupado por su imagen.
“Siempre iba con saco y corbata y los fines de semana, cuando íbamos a una quinta o a la playa, llevaba saco sin corbata”, dice rememorando al artista, que solía tener los puños de las camisas manchados de pintura y sus características gafas de montura cuadrada apoyadas sobre el ceño.
Además de la arquitectura, Testa cultivó la pintura, la escultura y las instalaciones artísticas.
“Clorindo pintaba sobre el piso, en horizontal”, señala Suaya mostrando manchas de pintura que salpican el suelo de una parte de su estudio, hoy reconvertido en sede de la Fundación.
Joaquina también destaca el gusto de su padre por las esculturas elaboradas en cerámica, en las que colaboraba su viuda, la ceramista Teresa Bortagaray, a quien encargaba las teselas de sus creaciones.
La más célebre fue “El Gliptodonte”, fósil simulado de un animal prehistórico que se halló en las obras de la Biblioteca Nacional.
Pero, además, Testa también era un reconocido coleccionista: acumulaba máscaras tribales africanas, maquetas de barcos y fotografías de montañas.
Sobre su fascinación por los navíos, podría haber reminiscencias infantiles.
“El padre de Clorindo era un médico muy italiano que se casó con una argentina de La Pampa. Cuando ella estaba embarazada de siete meses se subieron a un barco y fueron a Italia para que su primogénito naciese allí. Nació en Nápoles y dos o tres meses después volvió. Cuando terminó el colegio empezó a decir que quería estudiar ingeniería naval y siempre tuvo en su cabeza un registro del mar y de las olas”, relata entre risas.
También era un hombre “gourmet”. Le encantaba comer y cocinar, y aprovechaba los domingos para invitar a sus amigos a grandes banquetes en las mesas que aún permanecen en su salón comedor.
En los fogones, desplegaba una vez más su creatividad e inventaba platos no siempre exitosos. Sus conocidos recuerdan una extraña salsa de yerba mate que solía acompañar a la pasta y que no le gustaba a su esposa.
Desde las veredas de las avenidas o los balcones, Testa era un enamorado de Buenos Aires. Joaquina cree que la naturaleza elástica de su padre le permitía mantenerse en línea con una urbe tan cambiante, abarrotada ahora de tráfico, caminantes, pantallas y con altos y modernos edificios de lujo junto a paupérrimos barrios informales.
Adscrito a la corriente arquitectónica brutalista -aunque no siempre respetó sus postulados-, Testa estaba seducido por las medianeras, enormes paredes blancas que separan las propiedades de la ciudad y que crean lienzos en blanco en medio del caos porteño.
“Le gustaba que reflejaran la luz que ilumina los departamentos más oscuros”, asegura Joaquina.
Aún hoy, frente a la que fue su mesa de trabajo, puede contemplarse una de esas medianeras, testigos del ir y venir en Buenos Aires, la misma ciudad que amó el centenario Clorindo Testa.
Clorindo Testa en su hogar, frente a su colección de máscaras africanas y de modelos de barcos / fundación clorindo testa
Clorindo testa, en su estudio, desde donde surgieron numerosas ideas y obras trascedentes / web
Jorge Glusberg, Víctor Grippo, Alfredo Portillos y Clorindo Testa en la Bienal de San Pablo (1977) / fundación clorindo testa
Clorindo testa y su amigo Eduardo Dessein, frente al Banco de Londres y América del Sud / fundación clorindo testa
La Biblioteca Nacional en construcción / fundación clorindo testa
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