
Una equivocada y apresurada lectura de nuestra realidad nos puede llevar a pensar que somos un pueblo destinado al fracaso. Olvidamos que el triunfo es un camino arduo con obstáculos, errores y frustraciones. A pesar de nosotros mismos, pienso que el éxito nos persigue. No son apreciaciones meramente voluntaristas. Nuestra historia lo confirma. Aunque a veces transitemos por períodos de aridez y reveses. A pesar de esa actitud quejumbrosa que suele caracterizarnos y que de tanto repetir, suele convertirse en premonitoria.
El peligro de autoboicotearnos
Generalmente, en el inicio de toda empresa o actividad que emprendemos lo hacemos propositivamente y esperanzados. Los logros, primero se sueñan, luego se trabajan. Y ello implica superar trabas y tropezones. Los laureles y las palmas son para quienes se yerguen triunfantes después de las caídas. Recordemos que "Todo fracaso es el condimento que da sabor al éxito" (Truman Capote, Escritor estadounidense; 1924-1984).
Sin embargo, hay momentos de nuestra realidad, no ya como individuos sino como colectivo social, en que nos autoboicoteamos. Sobre todo, en los inicios de una gran empresa, ponemos impedimentos para conseguir nuestros objetivos. Nos gana el desánimo y la duda. Me refiero expresamente al comienzo de una nueva gestión en un gobierno. No sólo el próximo, sino también los anteriores tuvieron que sortear esa actitud agorera de algunos sectores, que trae más agobio a la difícil tarea de gestionar. No hablo del deseo confeso de algunos, de un estrepitoso fracaso. No voy a calificar conductas ni personas. Sólo decir que cuando priman los intereses, individuales o sectoriales, suele faltar la mirada de "pueblo".
La salida
Las grietas que nos separan y enfrentan, no ayudan. La salida es hacia adentro. Como una gran puerta giratoria, donde todos nos encontramos entrando y saliendo. Puede y debe haber diferencias de opiniones. Lo que no puede haber es cancelación del que piensa distinto, ni deseos de que fracase una empresa por las ideas de quien tiene que gestionar. El eje central que le permite girar a la puerta y mantenernos a todos dentro, no es otra cosa que la fraternidad. Del latín "fraternitas", la fraternidad es un valor moral que resalta el afecto y el vínculo entre hermanos o entre quienes se tratan como tales. Desde la fraternidad es impensable desear el fracaso del otro. Sin olvidar que, en el caso al que apunto, todos estamos adentro.
Un ejemplo a no olvidar
Me viene a la memoria la inolvidable Proclama de José de San Martín al Ejército de los Andes antes de la batalla de Chacabuco (12 de febrero de 1817): "¡Soldados! Todos y cada uno de ustedes conocen el esfuerzo y las dificultades por las que hemos pasado. Llegar hasta aquí es bastante, pero nunca es suficiente".
Efectivamente, cuando se trata de gestionar el bien común, la tarea a emprender nunca es suficiente. Claro que, desde el desánimo y el miedo, San Martín no hubiese logrado tamaña proeza. Algo tenemos que aprender.
Por Miryan Andújar
Abogada, docente e investigadora Instituto de Bioética de la UCCuyo