De un tiempo a esta parte, se están viniendo abajo tantos sueños, que todo parece desmoronarse y encenderse en mil conflictos anacrónicos, dejándonos en un verdadero caos. Tanto es así, que estamos más solos y divididos que nunca, acompañados por diversas ideologías, creando nuevas formas endiosadas existenciales, de pérdida del sentido natural y social, bajo una supuesta ración de intereses egoístas. El avance de este globalismo suele favorecer normalmente la ley del más fuerte, haciendo a los pueblos más débiles y pobres, con gente más vulnerable y dependiente. Hoy más que nunca, por consiguiente, necesitamos conquistar otros lenguajes y avivar otras realidades basadas en la capacidad de trabajar unidos para superar las divisiones, favoreciendo la paz y el espíritu fraterno. 

Sin duda, tenemos que abrirnos a la vida, poner fin a este mundo de desastres, donde los derechos de los niños están en peligro 34 años después de la adopción del tratado para protegerlos. En efecto, unos 400 millones de menores de edad, 20% de la población mundial infantil, viven en zonas de conflicto o huyen de algunas de ellas, según la agencia para la niñez de Naciones Unidas.

Lo mismo sucede con nuestros mayores, el sistema suele arrinconarlos, impidiéndoles que no puedan vivir este periodo de su vida con alegría y serenidad. Además, con creciente matraca se llega incluso a proponer la eutanasia como recurso para resolver ciertas situaciones difíciles. 

Necesitamos auténticos líderes

Por otra parte, las continuas violaciones de derechos humanos es el fruto de contiendas inútiles. La cuestión es grave, muy grave, gravísima. Necesitamos líderes auténticos, con capacidad de entrega y generosidad, que no manipulen.

A todos nos afecta todo. Intentemos, pues, activar los sueños de corazón a corazón. Dejémonos proyectar por un mundo más unido y fuerte, con sociedades sensibles a los diferentes agentes que conforman la comunidad, lo que conlleva tomar un rumbo común hacia los grandes ideales de la humanidad, es decir: lo auténtico, bondadoso y equitativo. 

Realmente nos destroza la pasividad de unos hacia otros, la falta de implicación y un relato más verdadero. Caminar indiferentes ante el dolor ajeno y haber perdido el deseo de un mundo más conciliador, nos deja sin percepción. Cuesta asimilar esas imágenes, que nos muestran una multitud de personas moviéndose a través de un entorno de destrucción, con escenas desgarradoras de familias enteras cargando sus pertenencias a pie y en condiciones inimaginables. 

En cualquier momento, toda la población del mundo está expuesta a los bombardeos. Para desgracia de todos, no hemos pasado página de estas crueldades que nos amortajan el propio espíritu humano. Tenemos que interpelarnos; cada cual, desde su rincón viviente, destronar fronteras inútiles y frentes nocivos, para reponer esperanza y poner en gestación un mundo abierto.

El mayor peligro que nos acecha es haber perdido la capacidad de amar, y supeditarlo todo al interés mundano; al dinero, que realmente todo lo vicia y envicia de falsedades, lo que origina, una vida cerrada a toda trascendencia y encerrada a meros intereses individuales, volviéndonos personas sin alma, siempre en estado provocativo y con la retórica incendiaria.

Hay que acostumbrarse a desenmascarar situaciones y a llamar a las cosas por su nombre. En efecto, la verdad y el consenso nos harán repensar las diversas situaciones vividas, y replantearnos el gusto de reconocer a nuestro semejante, aunque tenga visiones distintas a las nuestras.

 

> Un cambio para el bien común

Tenemos que poner en valor otras valías más solidarias, plasmado por la interdependencia y la corresponsabilidad en la sociedad. Insisto, una vez más, en la necesidad de sentirse hogar. Únicamente, de este modo, podremos entrar en sanación. Por ello, hace falta que la política tenga un cambio para el bien común. Sin duda, se requieren verdaderos cambios que sepan reconstruir, equilibrar y reorientar. Ciertamente, tenemos mucho que reparar. Desde luego, la efectiva superación llega de la mano de la cultura del diálogo como abecedario y de la colaboración entre sí como método.

 

Víctor Corcoba Herrero
Escritor