Ciudadanos
Cómo hacen para que alumnos rusos aprendan español en una escuela pública provincial
Por
Redacción La Voz
Estamos en épocas de pensar en el inminente balance anual. También en lo educativo.
Lo aprendido en la escuela está a la vista. Pruebas, trabajos prácticos y libretas van dando una idea de cómo fue el proceso y, al mismo tiempo, la sensación de que ya no hay tiempo de revertir nada. Las cartas están sobre la mesa.
En el balance, hay que ir un poco más allá de los resultados, porque resulta interesante analizar la relación del hijo/alumno con el aprender.
Sentir que algo se va aprendiendo es lo que permite aventurarse en la conquista del conocimiento. Esta idea fundamenta que la evaluación contemple el proceso, lo logrado y no sólo lo que falta aprender.
Es mucho más lo que ignoramos que lo que sabemos, y eso no sabido aparece como un enigma.
Cualquier objeto de conocimiento es enigmático. No se aprende del todo y, además, se lo puede olvidar.
En muchos alumnos, eso despierta curiosidad, los lanza a la búsqueda. En otros, la misma situación los paraliza.
¿No es lícito preguntarse, entonces, qué pasa que hay tantos niños y adolescentes que no se interesan por aprender, al menos lo que la escuela les ofrece? ¿Será que lo ofrecido es demasiado enigmático, confuso y complicado; o por el contrario, tan poco atractivo que no despierta el deseo de descubrirlo?
La función de la escuela es sostener un hilo entre el deseo de saber y el enigma de conocer.
Para no perdernos en el laberinto de la ignorancia, nos podemos tomar de un hilo que por momentos es el docente, o el método, o el contenido, o de a ratos es un compañero. No se puede transitar por ese camino en soledad. Hace falta un hilo para no perderse y alguien que lo sostenga.
El proceso de enseñanza-aprendizaje es un tejido que se va haciendo, es una especie de trama de saberes, ignorancias, certezas, poderes y afectos. Pero no es un tejido de fábrica. Es pura artesanía.
Jamás el resultado puede ser el mismo, porque mientras se teje, hay puntos que se escapan, nudos, momentos de pausa, errores. Por momentos hay que deshacer un tramo y volver a empezar.
Difícilmente el tejido salga como se lo soñó. A veces, sobreviene la desilusión. Otras, nos sorprende el resultado.
Lamentablemente, hoy asistimos a una especie de fragilización del hilo tejido entre familia y escuela.
La escuela ha perdido su fuerza transformadora, debilitada por los embates de la crisis socioeconómica y cultural.
Se la ha colapsado con demandas de otras instituciones que no pueden sostener su función. A ella se le piden límites, educación alimentaria, vial, sexual, emocional, prevención de ingesta de sustancias y mucho más.
¿Cómo fortalecerla? ¿Cómo resituarla como el lugar de la trasmisión y de la educación en valores?
Algunas opciones a esa pregunta:
Sólo nos queda tratar de que ese hilo no se corte, buscar espacios donde se renueve el deseo de tejer; es decir, de enseñar y de aprender.
Quizá así el balance sea esperanzador.