
Milei: relato desordenado y doble comando
Mal momento de la TV Pública para estrenar Mordisquito. A mí no me la vas a contar. La miniserie, producida por Radio Televisión Argentina y la Biblioteca Nacional, recrea el tiempo en que Enrique Santos Discépolo tuvo en la radio una columna irónica en defensa del primer gobierno peronista.
Sucedió el martes último después del triunfo de la selección argentina de fútbol sobre Brasil. Tras las dos anteriores presentaciones del equipo campeón del mundo (contra Ecuador y Uruguay) se le habían adosado, muy premeditadamente, sendas entrevistas al entonces todavía ministro/candidato oficialista Sergio Massa. Pero en esta ocasión, el balotaje había quedado 48 horas atrás con los resultados conocidos y la pantalla oficial parecía exudar cierta tristona saudade ni bien comenzó el nuevo programa.
En la primera escena se ve de espaldas al actor Carlos Portaluppi en el papel del mandamás de las comunicaciones del primer peronismo, Raúl Apold, chequeando el Noticiero Panamericano que se emitía en los cines. La voz vibrante de un locutor en off informa que “a las 18 horas se procede al escrutinio provisorio. Llega el histórico momento de conocerse la voluntad popular: Perón triunfa en Buenos Aires y en todo el país por abrumadora mayoría. El pueblo no quiere que lo gobiernen nunca las fuerzas de la regresión”. Estamos en 1951.
La acción retrocede unos meses y el mismo personaje habla por teléfono con Eva Perón. Al colgar, le cuenta a su secretaria: “Está preocupada por la Capital porque los números dan mal. El problema acá son los diarios, las radios, que se ocupan de meterle a la gente que el sentido común es el de los patrones. Nos acusan de ser demasiado controladores. Pero no alcanza, nunca es suficiente”.
Son hechos que sucedieron hace más de setenta años. Pero es una modalidad enmohecida que, sorprendentemente, no ha cesado y se sigue presentando en múltiples formatos. Hasta la semana pasada, sin ir más lejos, se replicaron en el multimillonario “Plan Platita”, en una furibunda campaña del miedo y en un sinfín de acciones sucias (llamadas eufemísticamente “micromilitancia”), pero que esta vez no alcanzaron para que el oficialismo se quedara con la victoria. Nada mejor entonces que evocar las añoranzas de aquella Argentina en la que el peronismo jamás perdía una elección. Después se rasgan las vestiduras cuando Javier Milei habla de privatizar los medios públicos.
Todo gobierno tiene un relato por acción u omisión. Por acción es cuando planifica cuidadosamente una estrategia comunicacional constante para explicarle a la ciudadanía de que va lo suyo. Por omisión es cuando deja el tema librado al azar y son los demás (el círculo rojo, las corporaciones, la calle y los medios de comunicación) los que lo tipifican con sucesivos rótulos y motes, por lo general adversos y burlones, si las cosas no marchan bien. Ejemplo de lo primero, hasta niveles tóxicos y asfixiantes, ha sido, y procura seguir siéndolo, el justicialismo en sus distintas vertientes. Ejemplo de lo segundo fue el gobierno de la Alianza, presidido por Fernando De la Rúa, impotente para defenderse comunicacionalmente del destino que le había tocado en suerte y agravado por sus desacertadas decisiones.
¿Cuál de estos modelos extremos adoptará el flamante “mileismo”? ¿O sabrá encontrar un virtuoso punto intermedio? Por ahora luce desordenado.
Milei fue dejando paulatinamente por el camino a aquel panelista irritado y de lengua flamígera y empezó a sosegar sus tonos y contenidos hace algunas semanas. El célebre “teorema de Baglini” viene actuando como un eficaz ansiolítico en el líder libertario.
Pero esa positiva transformación aún está en curso y no ha sido completada. Su palabra ya no debe ser la de un ruidoso panelista ni la de un belicoso candidato. Ahora todo lo que dice adquiere otra dimensión. Se trata de la palabra presidencial, nada más y nada menos. Debe saber medirse para evitar exponerse a marchas y contramarchas. Eso implicaría desgaste y pérdida progresiva de autoridad. Y es fundamental que se muestre menos desaprensivo con temas sensibles como los reajustes de los créditos UVA.
El Presidente es un ser humano y como tal está expuesto a errores, pero tiene que tomar nota que en el siglo XXI hay mucha frustración e impaciencia. Las democracias occidentales lucen fatigadas y las acechan inquietantes populismos de izquierda y derecha.
Habría hecho muy bien de hablar de este tema con el presidente saliente, Alberto Fernández, que en estos cuatro años hizo de la contradicción constante la marca sobresaliente de su opaca gestión. Ese es el “relato” que quedará en la historia del período 2019-2023 pronto a culminar. Y también el “doble comando” frustrado con Cristina Kirchner, que solo deparó trabas e internismos colosales en la tarea gubernamental. Debe Milei tomar sus recaudos para que las colaboraciones queridas (y no tanto) con las huestes de Mauricio Macri sean fructíferas, sin que horaden su poder presidencial para que no se instale fuerte esa impresión en las crónicas periodísticas y en distintos estamentos de la sociedad.
Encontrar el equilibrio justo requiere sabiduría, concentración y escucha de los buenos consejeros. Debería repensar si no le quita tiempo y energía prodigarse en tantas entrevistas periodísticas, que nunca son suficientes porque chillan los colegas que no la consiguen o son dejados de lado.

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