
El peronismo espera a Milei para darle pelea en las calles
“Si se quiere cargar a Aerolíneas, nos van a tener que matar. Y cuando digo matar, literalmente. Va a tener que cargar muertos, que me anoten primero. Si nos quiere meter en cana y abolir el derecho de huelga, detenernos, perseguirnos, gobernar por decreto, será Fujimori, la historia lo juzgará y terminará en cana”, afirmó Pablo Biró, secretario general de la Asociación de Pilotos de Líneas Aéreas (APLA) y uno de los defensores acérrimos del principio que señala que “Aerolíneas Argentinas debe seguir siendo una línea de bandera”. Aunque horas más tarde intentó suavizar sus dichos, la intención quedó manifiesta.
Su declaración no sorprende, la empresa aeronáutica es un experimento de gestión camporista que le sale muy caro a todos los argentinos. Biró, como La Cámpora y el kirchnerismo en general, sabe que Aerolíneas puede ser privatizada o entregarse llave en mano a los trabajadores para que la administren, como sugirió el presidente electo, pero se terminarían los subsidios estatales que tapan el déficit y la hacen funcionar a pérdida. El kirchnerismo intentará defender sus “cajas” con las banderas del patriotismo de siempre. Ganar la calle de la mano de la protesta social ante un gobierno que ideológicamente -supuestamente, eso nunca es definitivo en el PJ- está en sus antípodas, es un escenario que los deja cómodos, porque les da una razón de existencia y de contención para la militancia, aunque también evalúan que los tiempos y el humor social no son tan favorables como en otros momentos. Allí veremos una disociación entre el comportamiento de los gobernadores peronistas del interior y los sindicatos y organizaciones sociales, más cercanas al kirchnerismo. Las responsabilidades son distintas, unos gobiernan para defender los intereses de sus provincias y otros militan para defender cajas y sus empleos en el sector público. Es por eso que no actuarán de la misma manera, pero no objetarán en el otro esos modos y comportamientos distintos. Una lógica básica para un partido de poder.
Tanto Aerolíneas, como los medios públicos (Canal 7, Radio Nacional y la agencia Télam) junto con YPF, fueron los primeros objetivos apuntados por el gobierno que asume en unos días. Los medios públicos intentarán resistir de la mano de la poderosa representación gremial Sipreba, combativa ante toda administración no kirchnerista. Ahí también habrá un nuevo foco de conflicto. Aunque con escaso apoyo de la sociedad en su defensa, como sí podría tener YPF.
¿Qué pasará con los planes sociales que hoy administran las mismas organizaciones sociales que jugaron muy fuerte en la elección, incluso con candidatos propios, en peleas contra los barones del conurbano y de la misma Cámpora? Si les tocan la caja seguramente se unirán para dar esa batalla, y estarán en las calles, lastimando donde más duela, porque cada protesta, acampe y corte de la vía pública afecta el humor social, y la gente suele culpar tanto a los que protestan como a quienes se lo permiten. Ese será un punto peligroso y necesitará de mucho equilibrio político para saber administrarlo.
Una pregunta que comenzará a rondar los despachos libertarios cuando anuncian convencidos que toda empresa pública deberá ser privatizada: las empresas estatales que dependen del área de Defensa: FAdeA, Coviara, Tandanor y Fabricaciones Militares, ¿estarán en ese grupo de remate? ¿O la vicepresidenta, Victoria Villarruel las defenderá como parte de la política de devolución de un rol esencial a la familia militar que tanto le interesa defender? Las FFAA tienen mucho interés en administrar ese patrimonio y no verían con buenos ojos privatizarlos o concesionarlos, al contrario, desean tener mayor protagonismo en su administración. Sería al menos tendencioso no medir con la misma vara a todas las empresas públicas que pueden ser privatizadas, pero Villarruel no será un jugador menor en el nuevo gobierno y podrá influir en favor de la “familia” militar.
Javier Milei lo anticipó el domingo a la noche: “seguramente habrá resistencia a los cambios” dijo y se respondió con un dogma peronista: “a ellos les decimos, dentro de la ley todo, fuera de la ley nada”, aclarando que no permitirá desbandes sociales. Es inimaginable pensar en contener una protesta social multitudinaria sin represión, porque en cada protesta colisionan dos derechos, ambos dentro de la ley, como mencionaba el presidente electo: el derecho a protestar y el derecho a circular libremente. Cuando asumió Cambiemos la entonces ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, anunció un protocolo de protestas, para garantizar ambos derechos, nunca lo pudo aplicar. No es una tarea sencilla, se trata de un punto débil de todos los gobiernos, por más que se quiera no se pueden meter presos a 15.000 o 20.000 manifestantes, es irreal, y reprimirlos podría desencadenar un escenario de violencia social que nadie desea. Desde la tarima de la campaña y desde un estudio de televisión es muy fácil, y hasta convincente, anunciar mano dura a la protesta y las manifestaciones. Desde un despacho, con firmas que comprometen hasta penalmente al funcionario, no es sencillo dar órdenes a las fuerzas de seguridad, tampoco para éstas cumplirlas a rajatabla. No es imposible, pero debe ser una de las tareas más difíciles que debe afrontar un funcionario público porque el marco de la ley le otorga facultades, pero también lo condiciona en su responsabilidad.
El presidente Milei sabe que hoy cuenta con apoyo social para llevar adelante esos cambios traumáticos. El voto del domingo pasado tuvo esa impronta, el genuino 30% que Milei obtuvo en la primera vuelta subió a un 55% en el balotaje, prácticamente se duplicó movilizado por la necesidad de un cambio y de ponerle fin a un ciclo que dejó al país inmerso en una crisis social y económica profunda. Ese voto que se sumó en la segunda vuelta está dispuesto a acompañar las medidas que tiendan a mejorar la economía: bajar la inflación, bajar impuestos, tener una moneda con valor, acceder al crédito, mejorar las condiciones de la economía informal, entre otras. Pero atención, no es un electorado proclive a acompañar otras medidas que Milei anunció y que son tan polémicas que podrían alejar ese apoyo. Si el presidente libertario entiende esto y contiene algunas voces del espacio que rozan lo ridículo, pretendiendo jugar al Senku con el poder, comiéndose a sí mismo el espacio ganado, y se aboca de lleno a la economía aún con resultados pausados, sostendrá ese apoyo esencial para bancarse las protestas callejeras, sin que éstas pongan en peligro la gobernabilidad.
El escenario es muy similar al que tuvo Carlos Menem en 1989, tardó un año y medio en lanzar con profundidad su plan privatizador de la mano de la convertibilidad, enfrentó ciertas resistencias gremiales con protestas callejeras encarnadas por la izquierda y el radicalismo, pero fueron mínimas comparado con lo que puede llegar a pasar el año próximo en el país. En los 90 el peronismo estaba del otro lado del mostrador, no del lado de la protesta. De hecho, los sindicatos fueron cómplices y acompañaron la impronta liberal a cambio de su participación en los nuevos negocios, como fueron la creación de las AFJP y las empresas tercerizadas que pasaron a cumplir el rol que antes era 100% estatal.
Es que los que hicieron campaña con la consigna “la democracia está en peligro”, en otras ocasiones pusieron contra las cuerdas al sistema con el fin de asestarle un golpe letal: lo vimos en 1989, en 2001 y también en 2017, siempre cuando fueron oposición.
Milei y los suyos suelen decir que su “enemigo es el radicalismo, no el peronismo”. La victoria otorga poder pero no redime los errores estratégicos y Milei rompió muchos puentes durante la campaña que hoy necesitará reconstruir. No parece inocente el presidente electo, tampoco desconoce la experiencia que le transmitió estos días el expresidente Mauricio Macri, pero debería evaluar cierta escala de valores políticos, porque una cosa es patear el tablero del estado con el peronismo adentro, como pudo hacerlo Carlos Menem, y otra tenerlo en la vereda de enfrente, agazapado, dispuesto a sacudir el polvo de la modorra burocrática que sabe tenerlo contenido mientras está en el poder.
Como dijo un viejo dirigente sindical, ahora muy cercano a una organización social: “Cada tanto al peronismo le viene bien estar en la oposición, porque la vida política es un viaje largo y necesitamos estas pausas para estirar las piernas”
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