La mejicana Guadalupe Nettel acaba de publicar Los divagantes (Anagrama), un fantástico libro de ocho cuentos en el que la desorientación y la insatisfacción toman forma en vidas diferentes, todas buscando algo que les cambie el presente.
Nettel es una de las mejores escritoras en castellano del mundo (sus premios y reconocimientos internacionales así lo acreditan). Cualquiera que aún no la haya leído podría empezar con su último libro.
–Lo oscuro y lo movilizante, que nos acecha, vuelve a aparecer en tu último libro. ¿Estás pensando siempre en eso? ¿Atenta todo el tiempo a las cosas que intranquilizan a la gente? ¿Es una observación interior o exterior?
–Tiene que ver con las cosas que me intranquilizan a mí. La experiencia de mi amiga (en La hija única) fue muy fuerte y me inquietó al inicio, pero después me inspiró. Tengo un olfato para ver esas cosas que no están bien, para ver eso que dentro de nosotros, mío y de la gente alrededor, causa inquietud, miedo o ansiedad. De eso nutro mi literatura, es una forma de hacer que valga la pena, de transmutarlo en algo que tenga sentido y sea bello. Que valga la pena.
–Todo tiene algo oscuro, pero lográs transformarlo, con tu escritura, en algo bello. Eso, por ejemplo, está en el cuento de la pandemia, en esa idea que muchos tuvimos: que podía ser para siempre. Siempre estás viendo cosas que nos atraviesan.
–De alguna forma, todos razonamos y tenemos experiencias parecidas. No es exactamente la misma experiencia, pero la emoción sí se parece mucho más. Ahí es cuando los lectores se pueden identificar, y da lo mismo si la chica de la pandemia vive en Francia o en Barcelona. Es en las emociones donde nos identificamos. En ese cuento, la familia encuentra la forma de acostumbrarse a esa realidad y se evade a través de los sueños. Esa es su forma de disidencia. Pero la narradora no está conforme con ese adormecimiento, ella quiere lucidez, realidad, quiere tocar el bosque.
–Aquella experiencia de la pandemia tuvo momentos en los que sentimos que no iba a terminar jamás. Una experiencia muy Nettel. ¿Te sirvió? ¿Para disciplinarte, para trabajar más?
–No. Aquí (en México), en teoría, era opcional. Podías salir a la calle. Y salimos, aunque la mayoría no lo hizo. A nosotros, en nuestro trabajo nos regresaron a todos a casa. Yo estaba dando clases en la Facultad de Letras en ese semestre y la tuve que dar online. Los niños no pudieron ir a la escuela, estuvieron un año sin verse. La gente estaba muy asustada, era interminable. Además, era verse con las mascarillas. Todavía encuentras gente que las sigue usando... Yo justo terminaba de corregir La hija única cuando comenzó la pandemia, y me agarró en ese limbo en el que terminas un proyecto y todavía no empiezas el siguiente, y no sabés qué quieres hacer. Tenía incertidumbre por todas partes. Y con todas las áreas de mi vida dentro de la casa. Eso fue muy fuerte. Pero, además, y por si fuera poco, me dio anemia... Y yo no lo sabía. Solo me sentía débil, sin ganas de hacer nada. Llegué a pensar que estaba deprimida. La experiencia fue bastante fea, no tanto como la que vivieron los amigos que perdieron a sus padres, antes sanos y se enfermaron, pero... pero sí me sirvió para estos cuentos.
–¿Los escribiste a todos durante la pandemia?
–No a todos, pero la mayoría empezaron en la pandemia y terminaron después.

–¿Y cómo manejaste tener las 24 horas para vos, encerrada, con tiempo para escribir?
–Yo era bastante noctámbula antes. Escribía de noche. De dormirme a las 3 de la mañana porque a esa hora había mucho silencio. Ahora no puedo darme ese lujo. Me despierto a las 6 para llevar a los chicos a la escuela. Y además tengo que ir a trabajar. En estos últimos años, ha sido sacarles tiempo a las piedras. Como la mayoría de la gente que tiene hijos, es un trabajo. Sí añoro poder dedicarme a la escritura. Una residencia o algo así.
–Hay otro cuento muy interesante: el de la pareja que encuentra un local que, cree, es un puticlub. Pero en realidad es un lugar que les cambia el tiempo y empiezan a volver hacia atrás, y eso abre muchos problemas. ¿Hay que dejar los recuerdos tranquilos?
–Realmente sí había una puerta que apareció al lado de mi casa, en un callejón, y por ahí pasábamos mi amiga y yo, y nos llamó la atención porque era rarísima. Y es cierto que nos asomamos por la rendija, que vimos un globo y el candil de plástico. Empecé a pensar qué podría ser y cómo sería. Fue durante la pandemia y fue un delirio. Yo estaba harta de lo que estaba escribiendo y nada me gustaba. “Bueno, voy a delirar, lo que sea, lo que salga”, me dije.
–¿El cuento no es una advertencia a no volver al pasado?
–Según yo, no. Más bien es que tomemos la elección que tomemos, siempre va a haber cosas buenas y malas. No hay elección perfecta, no hay época perfecta, no hay pareja perfecta. En el cuento él toma el caramelo, cambia su realidad y tampoco es maravillosa. Y luego vuelve a tomar otro caramelo, a ver si mejora, y tampoco pasa.
–Y ya volver al inicio es imposible, porque ya todo ha cambiado.
–Exacto. Es como cuando cambias de país. Aunque regreses a tu país de origen, ya no eres completamente de ese lugar. Has adquirido otras cosas, otras ideas, y te vas a ver contaminado de ese país. Es más esa idea que no toques el pasado.
–La memoria es selectiva y del pasado queda siempre más de lo mejor que de lo peor.
–Fíjate que en italiano el título que eligieron, porque no funcionaba lo de “Albatros divagantes”, fue el de “La vida en otro lugar”, que es otros de los textos, el del actor en Barcelona. Y funciona. Porque toda esa gente, la de los cuentos, está añorando estar en otro lugar, haber tomado otra decisión, piensa que su vida no sería así como es ahora de insatisfactoria si hubiera ido por otro camino. Es la idea de vidas paralelas que no tuvimos, pero añoramos.
–¿Y siempre estamos a tiempo de cambiar en la vida?
–Siempre se puede cambiar, pero nada va a ser lo acertado respecto a lo que... Nada va a ser increíblemente mejor. Toda esta gente está insatisfecha, pero no por las condiciones externas, como ellos creen, sino por la manera de ver el mundo. Por eso el epígrafe de Anahí Smim: “No vemos las cosas como son, sino como somos nosotros”. La insatisfacción está dentro de nosotros. Las cosas pueden ser vistas de mil maneras diferentes. Esta misma realidad que a un personaje no le gusta otro la puede ver como lo más deseable del mundo. Y tiene que ver con una idea de desorientación que tienen los albatros divagantes, que se pierden, que ya no saben o no quieren regresar... Los biólogos no saben si es por decisión o si se desorientaron realmente. Pero que no siguen lo que estaba preestablecido. Siento que como sociedad estamos bastante perdidos. Perdimos la brújula. Antes creíamos en cosas en las que ya no creemos tanto. Las ideologías, por ejemplo, que en el siglo pasado eran realmente puntos cardinales que mucha gente seguía y por lo que daban la vida. Ahora, ya no creemos tanto en ellas. No sé cuántos comunistas convencidos conoces aún. Y al mismo tiempo, esta desorientación que lleva a extremos como el que están viviendo en Argentina. Ya no saben ni en qué creer y nada.
–O la opción es que explote todo. Como no se cree en nada, y nada podría ser peor, apuesto a la destrucción.
–Puedo identificarme con esa desesperación de la rabia y el “quiero que explote todo”. La madre, la del cuento del bosque, cuando el niño le pregunta qué estaba pensando. “En que me gustaría destruirlo todo”, le dice. Es que quedamos muy muy frustrados después de la pandemia. La ONU lo ha dicho: hay una crisis de salud mental. Estamos muy divagantes.