Nunca viajamos solos en esta vida. Y aunque la vida nos ha sido regalada como don, hay peajes que no podremos evitar, afortunadamente. Uno de esos tributos es la virtud de la compasión. Bello gravamen a la humanidad. Podemos ser pasajeros resentidos que desdeñan la cercanía del otro, o podemos ser más felices sabiendo que no estamos solos en la aventura de vivir. Podemos desviar la mirada ante el dolor ajeno o sentir como propias la angustia del otro.
La compasión nos hace más humanos
La compasión está en el centro de la vida moral al permitirnos acercarnos al yo del prójimo y sentirlo cercano en su humanidad. La compasión implica cercanía, empatía y capacidad de sentir como propio el dolor ajeno. Siempre se ha dicho que los bebés en un jardín maternal, se solidarizan con la zozobra ajena, sin distinguir entre la propia y la extraña. Y así, el llanto de un bebé es imitado por otros. Suele pasar que en la medida que vamos creciendo, perdemos esa capacidad y el otro es cada vez más ajeno a mi empatía. Sin embargo, la humanidad por comunidad de origen y de destino está llamada a expresar esa hermandad en una verdadera comunión de la aflicción. En ese sentido, recordemos que compasión significa sufrir juntos.
La palabra compasión deriva del griego (sympatheia), que indica un sentimiento de simpatía, y del latín cumpassio, que enfatiza en la sensación de tristeza. Tu dolor me entristece, aunque nunca sentiré la profundidad de tu aflicción.
En la base de la compasión está la empatía como esa capacidad de comprender los sentimientos y el dolor del otro, e intentar experimentar lo que siente. Pero la compasión da un paso más. Por su parte, la compasión que incluye esos sentimientos incluye el deseo de ayudar
Consecuencias
La primera consecuencia de la compasión es que vuelve a las personas más bondadosa. El mal no se siente cómodo cuando la persona es compasiva. Difícilmente, quien padece como propio el dolor ajeno, pueda gozar con el mal, porque es una virtud derivada del amor. Anclada en la caridad y en el bien, la compasión nos permite percibir como propia la angustia ajena.
La segunda y más importante de las consecuencias es que la compasión nos permite que todos sean tratados con igualdad. La empatía une con hilos imperceptibles a quien padece el dolor con quien se une a ese dolor movido por la compasión.
La tercera consecuencia es que la compasión nos impulsa a ayudar al otro, en su dolor y sufrimiento. Así lo expresa el poema de Margaret Sangster (poeta estadounidense, 1838-1812): "La vida es breve en demasía// y las penas en demasías grandes // para tolerar una compasión lenta// que en demasía posterga".
> Tendiendo puentes
Hay otra consecuencia de la que no se habla mucho. La persona compasiva tiende a reconciliar y tender puentes de unión, porque no juzga y primerea en el amor.
Pero la compasión es una virtud que tiene sus límites. Aunque la compasión no espera, tampoco nos da permiso para invadir ni juzgar al otro. En ese sentido, la compasión nos libera y ayuda a caminar por la vida sin mochilas, porque enseña a no juzgar, a amar, perdonar y empatizar de antemano.
Una última consecuencia: la compasión da sentido a nuestra vida. Así nos lo recuerda Emily Dickinson (1830-1886) en un bellísimo poema: "Sí logro impedir que un corazón se rompa // no habré vivido en vano// Sí logro aplacar su dolor o aliviar una pena// o ayudar a un pájaro agotado // a regresar al nido, // no habré vivido en vano".
Por Miryan Andújar
Abogada, docente e investigadora
Instituto de Bioética de la UCCuyo