
Los debates son un laboratorio de emociones
Venimos de Villarruel-Rossi y hoy será la batalla final entre Massa y Milei. Uno de los dos será electo presidente dentro de una semana
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Que los debates preelectorales son un laboratorio de emociones donde todo puede pasar lo prueba el intercambio de humores de los candidatos a vicepresidente, Agustín Rossi (Unión por la Patria) y Victoria Villarruel (La Libertad Avanza) entre su primer cruce (el 20 de septiembre, junto a los otros tres candidatos que quedaron por el camino) y el del miércoles último, ya con ellos solos frente a frente.
En aquel match, en los estudios de TN, al compañero de fórmula de Sergio Massa se lo vio por demás irritado, vehemente y hasta agresivo con la coequiper de Javier Milei, que contraatacó con firmeza, aunque sin dejar que la cólera la dominara.
Pero la ecuación se invirtió en el debate más reciente. Claramente a Rossi le bajaron la línea de imitar el modo zen adoptado por Massa y se esforzó por no ofuscarse. En cambio, Villarruel adoptó un tono altanero, interrumpía más y hasta gestualmente se la notaba en tensión.
Esta noche, a las 21, será la pelea de fondo –la última, la definitiva– entre Massa y Milei. Uno de los dos será presidente electo dentro de apenas una semana. ¿Habrá grandes revelaciones? Nunca se puede descartar que uno o los dos saquen a relucir cartas que escondan en sus mangas. ¿Pueden influir en el votante los modos de los candidatos en los debates? Difícilmente sean un factor determinante que nos modifique dentro del cuarto oscuro.
Los contenidos, la sustancia de lo que digan, deberían ser lo fundamental, pero –tal como se titula esta sección– “el medio es el mensaje”, como nos enseñó el gran Marshall McLuhan. Por eso en la televisión, más importante que lo que se escucha es lo que se ve y las sensaciones que nos producen el lenguaje no verbal y determinados énfasis de quienes se plantan frente a las cámaras.
En los debates, la carga mayor pasa por lo psicológico, primero de cada candidato respecto de sí mismo (la seguridad con que se plante y se la crea) y después cómo reacciona y sale airoso, o lo afecta, la pulseada emocional con el otro contendiente. En la interacción suelen abrirse caminos que en su dinámica resultan riesgosos para ambos.
Algo de esto pasó cuando Rossi le preguntó a Villarruel si estaba de acuerdo con “la libertad de los genocidas”. Una pregunta chisporroteante, pero retórica, ya que es imposible torcer sentencias por crímenes de lesa humanidad impuestas por la Justicia. Solo un indulto presidencial (como el que otorgó el presidente peronista Carlos Menem a los jefes militares y guerrilleros, en 1989) podría revertir esa situación. La candidata esquivó responder y, en cambio, subrayó dos situaciones irresueltas: los militares presos sin condena y con prisiones preventivas que se eternizan y los ninguneados derechos humanos de aquellos que fueron asesinados por las guerrillas setentistas y de sus deudos, desde siempre ignorados para no opacar el relato unilateral del kirchnerismo sobre los “jóvenes idealistas que dieron su vida por la patria”.
Pero la segunda de Milei se metió en un lío colosal cuando puso casi en pie de igualdad los derechos humanos de Juan Daniel Amelong (condenado por crímenes de lesa humanidad) con los de su padre, un ingeniero civil asesinado en Rosario, en 1974, por los Montoneros. El doloroso pasado que vuelve con sus contradicciones convertido en arma electoral quita tiempo y energía para resolver los urgentes problemas del presente.
Lo más importante de debates como el que hoy veremos es cómo llega a la audiencia un intercambio tan peculiar entre dos adversarios, cuya máxima obsesión es imponerse sobre el otro. En nosotros –los que estamos del otro lado del vidrio– también cuentan, y mucho, el factor psicológico y los prejuicios previos, a favor o en contra, con que nos asomamos al evento.
A quienes votaron con convicción en la primera vuelta tanto a Massa como a Milei es casi imposible que el debate los impulse a cruzar de vereda. Hay, en esos casos, un sesgo de confirmación que funciona como eficaz escudo. Pero ¿qué pasa con quienes eligieron candidatos que ya no están y ahora se ven en la incomodísima situación de tener que optar entre dos personas que no votaron, hacerlo en blanco o abstenerse?
Dados los perfiles polémicos, por distintas razones, de Massa y Milei, es probable que, obligados a optar, muchos se vean más tentados de votar “en contra de” que “a favor de”. Pero tanto aquellos que vean este nuevo debate sin preconceptos como los que no votaron ni en las PASO ni en la primera vuelta y los indecisos tal vez estén más predispuestos a dejarse influir por lo que perciban del cruce de ambos candidatos y voten en consecuencia. Todo suma... o resta, y puede ser determinante en una elección definitiva como esta, que, según la mayoría de los encuestadores (pifies aparte), viene muy pareja.

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