Neutralidad antisistema
El mecanismo del balotaje en el sistema electoral tiene una dinámica propia que conviene recordar en la instancia en que se encuentra el país. Es una institución de raigambre europea aconsejada en sistemas presidencialistas o semipresidencialistas con el plausible objetivo de buscar legitimidad y consenso para asegurar la gobernabilidad, para que los elegidos ostenten un caudal importante de votos. El sistema de elección presidencial de la Constitución clásica era diferente, indirecto (como continúa siendo en EE.UU.): se votaban electores que, en el Colegio Electoral, elegían al presidente, generalmente al más votado. Pero en el hipotético caso de una elección muy polarizada, podrían hacer acuerdos para asegurar la gobernabilidad. La reforma constitucional de 1994 eliminó el Colegio Electoral y optó por la elección directa, de donde incluir el balotaje ha tenido un sentido.
Esto es para el PE (aunque en algunos países también lo usan para la configuración del Congreso). En nuestro caso la elección de legisladores se consolida en la primera vuelta, con los porcentajes que resulten. La Argentina tuvo una experiencia en 1972 por una ley del gobierno de facto (Revolución Argentina) para las elecciones de ese año sin reformar la Constitución. Y aunque no fue ratificada, finalmente el mecanismo fue incorporado en la reforma constitucional de 1994 para la elección del PE.
Por naturaleza, el sistema tiene una articulación peculiar. Por ejemplo, imponerse en la generales sin llegar a porcentajes que aseguran un triunfo directo, es un dato más, solo para una puja entre dos candidatos. Aunque es de innegable importancia psicológica, la cantidad de votos lograda es solo un dato, es como un volver a repartir las cartas. Nada hay que privilegie al más votado en la primera vuelta ni que desmerezca al segundo. Tratándose de un proceso electoral en curso, hablar de ganador y de perdedor, aunque parezca más práctico, no es ni correcto ni preciso.
Y aunque es habitual que en el balotaje triunfe el más votado, hay ejemplos contrarios: en Perú en 1990, Fujimori, un outsider como Milei, se impone en el balotaje a Vargas Llosa, el reconocido escritor, que había prevalecido categóricamente en la primera vuelta. Así no es correcto llamar ganador sin aditamentos, al más votado y perdedor al segundo. En la primera vuelta se puede votar con el corazón, reservándose la segunda, si su candidato no ganara, para votar con un sentido más práctico. A primera vista parecería que a los candidatos que no entran en el balotaje ( y a sus votantes) no les corresponde intervenir en la elección final, sino que queda reservada sólo para los que entraron. Pero no es la esencia ni el objetivo del balotaje, sino todo lo contrario.
Por lo dicho es incorrecto sostener, como lo hacen algunos, que optan “por la neutralidad porque es lo que corresponde cuando se ha perdido”. La justificación de hacerlo “por respeto a quienes nos votaron y para mantener una oposición coherente”, no tiene sentido alguno, ni por el sistema ni por la institucionalidad, ni con respecto al votante ni a los principios de la agrupación política ni a nada por el estilo. Eso recién lo deberían hacer una vez terminado el proceso electoral en curso, y en caso de que no triunfe la opción deseada. La primera vuelta sirve para elevar dos opciones por sobre las demás, pero no para excluirlas a éstas sino para todo lo contrario, para que el resto se pronuncie por alguna de ellas.
Dar por ganadas las elecciones al candidato Massa y declararse neutrales justificando la posición para mantener en el futuro “una oposición cohesionada” subvierte el sistema del balotaje presidencial que busca específicamente evitar que llegue a la primera magistratura un candidato con pocos votantes. La télesis del sistema obliga a pronunciarse, por lo que la neutralidad propugnada por estos dirigentes va contra el sistema.
Finalmente, en las recientes elecciones no puede desconocerse que habiendo sido una elección “por tercios”, hay dos tercios que han votado, con matices, por un sistema y en contra del que representa el candidato Massa, de donde de aceptarse que hubo un “ganador” en la práctica resultaría que éste tendría que gobernar en contra los 2/3 del país, y la buscada gobernabilidad sería una utopía. Para los partidos que integran JxC la obligación es primero continuar buscando el poder por los mecanismos que el balotaje supone, y, en el hipotético supuesto de no lograrlo, recién entonces deberían estructurar una oposición coherente e inteligente.
Mantener la neutralidad es ir contra el sistema del balotaje. Como dice Sabsay, “el balotaje obrará como un acicate sobre los partidos políticos para que éstos tengan que sentarse en la mesa de negociaciones”, es decir todo, lo contrario de la peregrina tesis neutralista.

Últimas Noticias
Ahora para comentar debés tener Acceso Digital.
Iniciar sesión o suscribite