
El día después
Habrán pasado los coqueteos, los traspasos de espacios, las mutaciones ideológicas, los perdones de antiguas insolencias y desprecios, las mudanzas de bunker, los cambios de opinión, las cosmovisiones traicionadas, la subjetividad intensa, los nuevos agravios personales, las novedosas interpretaciones de lo que antes se explicaba distinto.
Los mismos, intentando ser otros u otras, buscarán nuevas identidades políticas, confirmando el vacío congénito de ideas de buena parte de la dirigencia política vernácula. Explicarán, enunciarán, impostarán como si nada, sus nuevas posiciones, pareciendo novedosos, simulando evolución. Un teatro de variedades con la misma compañía de actores y actrices. Con sus libretos corregidos a las apuradas, tachados y con post it aclaratorios, para evitar confusiones o mezclas de frases.
La economía estará con la misma angustia de siempre, sin saber para qué lado ir, a la espera de nuevas directrices políticas que buscarán mostrarle un horizonte despejado. Pero claro, las posibilidades de que esto ocurra, en un país amañado con regulaciones, asolado de impuestos, agobiado con burócratas y con el poder sectorial corporativizado, serán escasas.
Ajustes, sinceramientos, modernización, competitividad, salto tecnológico, apertura al mundo, Estado eficaz, matriz productiva, Vaca Muerta, litio, sequía, reservas, pesos y dólares. Frases y palabras que tomarán nuevos bríos en viejas caras y conocidos reflejos, dichas con vehemencia y compromiso de ocasión. De una vez y para siempre, unidos por el país, porque tenemos con qué. Punto.
La pobreza estará ahí, creciendo, al ritmo de las idas y vueltas de la política económica. Se buscarán otras denominaciones para evitar estigmatizarla, como si la realidad tan obvia, tan desigual, no pesara por sí misma. Se la ocultará o matizará utilizando palabras sesudas. Mientras, familias enteras seguirán compartiendo su ausencia de todo.
La política seguirá dando razones, separando discursivamente las ideas y el resultado de sus acciones, en una actuación, que al ritmo descendiente de votantes y la apatía generalizada, montará su comedia en escenarios cada vez más vacíos. Poniendo en peligro con su impericia dramática, a nuestra castigada democracia. Que, por suerte, estará allí, a la espera de que la usemos bien, es decir, en pos del bien común.
Sabremos quién nos gobernará, pero no tendremos claro que podrá hacer. Las campañas no dicen, no profundizan, no contribuyen a la formación de una ciudadanía informada de las opciones y las visiones alternativas. Por eso, seguiremos ciegos y con cierta desconfianza hacia al lazarillo que nos toque.
Cumpliremos cuarenta años junto a una deuda, la externa. La de los acreedores de siempre, a los cuales, como a un pariente rico, acudimos a pedir auxilio. Y luego, orgullosos, casi patriarcales, los insultamos y despreciamos. Estarán también, el día después, esperando con fastidio, nuestro llamado desesperado y nuestras vociferaciones públicas.
Como esa deuda, hay otra más cruel y sin teléfono adonde llamar, la interna. La social y educativa, la del acceso a la salud y a la justicia, cada día más profunda y atravesando más generaciones, silenciosa, presente. Como en todos nuestros amaneceres nos mirará al otro día, para recordarnos nuestra vergüenza.
El día después será igual y distinto. Habrá pasado de todo y sabremos lo de siempre, pero se abrirá una puerta.
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