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La mayoría fueron apropiados en democracia, con partidas de nacimiento truchas y adopciones ilegales. Piden que los acompañen en su búsqueda de la familia biológica
Emanuel es policía. Hace más de 7 años que no tiene contacto con sus padres de crianza y su hermana
Alejandra Castillo
acastillo@eldia.com
¿Qué pasaría si en apenas un segundo se derrumbara la certeza que tenés sobre tu propia historia? Si te dijeran que tus padres no son tus padres, que no naciste el día en que festejás tu cumpleaños y que a tu primera bocanada de aire no la tomaste donde creías, sino en algún lugar incierto, tras salir de un cuerpo al que nadie puede ponerle un nombre, una cara, ni un olor.
“Se me fueron las raíces, el origen. De repente me desapareció todo y quedé flotando; no sabía de dónde venía. Toda mi vida soñé con ir al norte de Italia para a conocer el origen de mis abuelos, pero ya no”, dice Claudia Marcela Galli, una veterinaria jubilada de 60 años que supo que era adoptada hace ocho, el día que cumplió 52.
Al lado suyo está Sol García Rossi, una empleada judicial de 44 años que desde muy chiquita supo que sus papás eran de crianza, pero hasta el día de hoy desconoce el nombre de los biológicos, ni tampoco por qué, si nació en Burzaco, terminó en La Plata: “Llega un momento en que te preguntás quién soy, más allá de que tenés tu identidad y personalidad formadas a medida que vas creciendo”.
“Mirás a la gente por la calle a ver si te ves parecido a alguien”, apunta Claudia, justo antes de que Sol acote una de las muchas complicaciones que implica ser un “apropiado”: “Si un médico te pregunta cuáles son los antecedentes familiares, no sabés qué responder”.
Esto último es lo que más inquieta a Emanuel Romano, un policía de 35 años que supo que era apropiado cuando tenía 23. Su búsqueda, aclara, “no está tan orientada a mi origen, más allá de que sea mi derecho saberlo, sino a conocer si soy propenso a una enfermedad congénita, por mí y por mis hijos”.
Claudia, Sol y Emanuel son “buscadores”, personas que tratan de reconstruir su identidad de origen en un país que parece limitar el campo semántico de la palabra “apropiación” a las víctimas de la última dictadura militar. Pero los “buscadores” son cientos de miles que nacieron en todas las épocas -estos tres casos son prueba de ello-, y los puntos de partida de sus historias son parecidos, a la sombra de prácticas ilegales que fueron naturalizadas durante décadas.
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Abortos clandestinos que terminaban en partos prematuros; bebés intercambiados al nacer, robados o declarados muertos, para ser vendidos o entregados a parejas que no podían tener sus propios hijos; partidas de nacimiento truchas que le pusieron el moño a embarazos fingidos. Y todo bajo la carátula de “adopciones irregulares” y el argumento de que un niño o una niña “va a estar mejor que donde nació”, incluso a costa de una mentira.
“Somos el colectivo de buscadores”, explica Sol, incluyendo a madres que buscan a sus hijos y a hijos que buscan a sus madres, buena parte de ellos víctimas del “tráfico de bebés por parte de médicos, parteras o enfermeras”, detalla. Según ellos, la problemática golpea a unos “cuatro millones de personas” en el país, aunque es un número que nunca se oficializó: “Intentamos que en el último censo se agregara el ítem ‘desconozco mi identidad de origen’, pero no lo logramos”, lamenta.
La búsqueda de los orígenes es tan difícil como desesperante y dolorosa, incluso en un tiempo en que las redes sociales pueden ser de mucha ayuda. “Algunas personas se encontraron en la época en que había que tocar timbre y revisar la guía telefónica”, dice Sol.
Ella llegó a La Plata a los dos días de nacer, el 25 de junio de 1979, “todavía con el cordón umbilical, según el relato de mi mamá de crianza. Ella me cuenta que estaba en su casa, preparándose para ir a un cumpleaños, con mi papá, mis abuelos paternos y dos de mis hermanitos, cuando llegaron su primo hermano con la esposa y una pareja de amigos”. Esta mujer, que terminó siendo su madrina, traía a Soledad en brazos, para preguntarle a la dueña de casa -que no podía quedar embarazada- si quería hacerse cargo de su crianza.
“Mi hermana y mi hermanito también llegaron a ella (su madre de crianza) a través de distintas personas: mi hermana, por una ginecóloga que la había tratado para que quedara embarazada y le avisó de una bebita que estaba sola en el hospital Gutiérrez y la partera se la había llevado a la casa. Mi hermanito nació en el mismo hospital que yo, según dicen, en el Gandulfo de Lomas de Zamora”. Aclara Sol que sus padres no entregaron dinero en ninguno de los tres casos: “A mí me incorporaron a una familia, pero me sustituyeron la identidad”, con la rúbrica de un médico que certificó un parto domiciliario inexistente para allanar su inscripción en el registro de las Personas.
“Mucha gente cree que está legalmente adoptada, pero si en la partida de nacimiento no figura un número de expediente que remita a un juzgado de familia donde estén todos sus datos, esa adopción es irregular. Otros lo llaman tráfico con fines de adopción, pero es entre comillas, porque no pasó por ningún juez ni hubo contacto con la madre biológica. No existen datos ni una pista de quién puede ser”.
Sol y su hermana mayor supieron desde muy pequeñitas que eran adoptadas -pese a los tabúes que existían y persisten en torno al tema-, gracias a la firme decisión de su madre y el acompañamiento de una psicóloga. Su hermanito falleció cuando tenía dos años, por un accidente doméstico.
“De chica era un orgullo para mí. Pensaba que mi mamá había muerto en el parto, dando la vida para que yo naciera”, pero a su hermana le habían dicho lo mismo (por sugerencia de la psicóloga), cuando en realidad la familia desconocía la identidad y suerte que habían corrido ambas mujeres. A diferencia suyo, la hermana de Sol, actualmente de 48 años, nunca encaró esa búsqueda: “No le interesa saber”, dice García Rossi.
En todos estos años la atravesaron sensaciones distintas, pendulando de la bronca hacia su madre biológica a la necesidad de confrontar con los parientes que la trajeron a La Plata, para dar con las piezas de un rompecabezas que sus padres de crianza tienen también incompleto. Desde el año 2000 sintió que era una carrera contra el tiempo, sobre todo porque algunos de esos familiares empezaron a morir.
Los pocos datos que obtuvo la conectaban con Banfield, con algunos personajes del hospital Gandulfo, en Lomas de Zamora y hasta con una panadería en Burzaco. Alguien comentó que su madre era “muy parecida a mí, muy jovencita” y no mucho más. “No largan prenda”, se enoja con aquellas personas, “y en el hospital se negaron a darme acceso porque no tengo ningún nombre”.
En 2014 García Rossi se contactó con Abuelas de Plaza de Mayo, “con mucho miedo, porque no sabía qué podía pasar con mis viejos”. Le hicieron una entrevista y en 2015 dejó su muestra de ADN en el Banco Nacional de Datos Genéticos (BNDG). “A los meses me informaron que era negativo y pregunté ‘¿cómo sigo la búsqueda?’, pero lo único que me dijeron es que si tenían alguna novedad me llamaban”.
Hacia mayo de este año el BNDG tenía alrededor de 14 mil resultados de ADN negativos, pero lo que denuncian los buscadores es que no existe un protocolo de relevo de información genética y archivo de casos que no sean de lesa humanidad.
La Ley Nº 26.548, de 2009, modificó el ámbito de funcionamiento del BNDG (que funcionaba en el hospital Durand) y ordenó su reubicación en la órbita del Estado nacional, limitando su objeto a garantizar la obtención, almacenamiento y análisis de la información genética que sirva como prueba para el esclarecimiento de delitos de lesa humanidad. Dicho de otro modo, el resto de los casos dependían de laboratorios privados.
“Si decís que sos apropiada creen que naciste en dictadura”, comenta Claudia, que nació en 1963: “Los buscadores en democracia somos muchos más, por eso es fundamental que el banco de datos de la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (CONADI) se amplíe a todos. Nosotros tenemos que pagar un kit de ADN, que sale aproximadamente 50 mil pesos, para hacernos la historia genética, cruzarla y llegar a algún pariente”.
Se trata del ADN Ancestral, un procedimiento que comienza con la toma de una muestra de saliva con hisopos que trae el kit. Esto se envía a un laboratorio en Santa Fe, desde donde lo derivan a Estados Unidos con al menos otras 50 muestras, para abaratar costos. Por fin, los resultados se suben a una plataforma mundial que “matchea” perfiles y aporta información adicional, como el porcentaje de determinadas etnias en la genética, su distribución geográfica y predisposiciones a enfermedades genéticas
Claudia, Sol y Emanuel lo realizaron, aunque solamente la primera logró contactarse con familiares de grados cercanos en la provincia de Santa Fe y en Misiones.
“Yo tengo fotos de recién nacida con mi familia, pero creía que podía ser hija de mi tía, porque tenemos el mismo color de ojos y una relación especial que nunca logré con mi madre”, cuenta Claudia. Parte de la sospecha se volvió certeza en su cumpleaños 52, cuando su marido trajo una gigantografía suya de bebé y una prima mucho mayor que ella recordó que fue la primera en ir a comprarle una mamadera cuando la llevaron a su casa en City Bell. Claudia aprovechó la ocasión para hacerle la pregunta que la atormentaba desde hacía años. Y supo que su madre biológica no era su tía, si no que habían ido a buscarla a la casa de una partera conocida en La Plata por este tipo de “gestiones”, en la zona de 3 y 57. En su partida de nacimiento, claro, figura otra dirección.
Para entonces su madre de crianza ya había fallecido; su padre, con demencia senil, murió a los pocos meses, y ella decidió emprender la búsqueda de sus orígenes en noviembre de 2021, tras publicar un posteo que escribió y borró más de una vez, en uno de los muchos sitios de buscadores en redes. En marzo de 2022 se hizo el ADN Ancestral “y al mes me llegó una chorrera de parientes”, recuerda, pero reconoce que “encontrar a mi mamá es como buscar una aguja en un pajar”.
Emanuel supo que no era hijo biológico de sus padres hace doce años, cuando cumplió 23, “por un conocido de la familia que le contó a mi ex pareja”.
La primera reacción de sus padres de crianza fue negarlo, hasta que por fin lo admitieron con el relato de una historia similar a la que escucharon oportunamente Claudia y tantas otras personas: que su madre era una joven del interior apremiada por las circunstancias. Pero pasaron los años y Emanuel se encontraba con una versión distinta cada vez que formulaba la misma pregunta. “Hace dos años decidí hacer el ADN ancestral y estoy esperando que salga alguna coincidencia para poder comenzar con mi árbol genealógico. Actualmente las únicas personas que conozco por lazo sanguíneo son mis dos hijos”.
Su documentación dice que nació el 30 de octubre de 1988, pero la fecha exacta sería el 13 de octubre, justo cuando “en La Plata desbarataron una banda que se dedicaba a traficar bebés”, destaca Romano, sospechando que su origen podría estar ligado a aquella partera de barrio norte que terminó presa y con la que intentó ponerse en contacto, sin suerte.
“A mis padres de crianza no les tengo rencor. Siempre les voy a estar agradecido porque me mandaron a los mejores colegios y me sentí muy querido en mi casa, pero lo único que les pido es la verdad y no la estoy consiguiendo. Por eso desde hace aproximadamente 7 años ya no tengo relación con ellos”, dice.
La situación de Sol es distinta. Incansable en su búsqueda a través de una página de Facebook y un programa de radio que llevan el mismo nombre –“Tu historia, mi historia. Te busco”- mantiene un vínculo amoroso con sus padres: “Cada fin de año mi vieja brinda para que encuentre la verdad”.
“Somos apropiados de segunda. Acá sólo buscan a los apropiados de la dictadura” - Sol
Emanuel de muy pequeño, con su abuelo
Emanuel es policía. Hace más de 7 años que no tiene contacto con sus padres de crianza y su hermana
Sol y Claudia, durante la charla con el dia / Gonzalo calvelo
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