
El colectivo carraspeaba. La gente se agolpaba bajo un temblor de angustias perceptible. Aquella chica lloraba en un rincón, abrazada a él. La tarde se marchaba con ellos a extrañas tierras, a buscar una historia virgen. Caía en saco roto la luna creciente; parecía no iluminar rostros ni manos magulladas. El muchacho la abrazó con temblor casi final y por sobre su hombro miró perderse en el horizonte la última bandada.
Noticias confusas llegaban de aquel infierno. La guerra, que comenzó con una "patriada" irresponsable, ya no era de juguete. Malvinas nos estallaba en el alma desde su rostro temerario e imprudente. Los soldados casi niños se jugaban la vida en un partido de cinco contra mil. El muchacho, más que cantar, lagrimeaba una zamba en especie de coro gris con todos los demás, y esa música les aventaba un poco el horror, los retornaba a hogares donde alguna cercana vez sus familiares también cantaban.
Me llegó un mail un día. Un hombre de 55 años me escribe con gran afecto, dándome el pésame por la ida de Hugo. Y me cuenta una historia estremecedora que en cierto modo protagoniza también una zamba mía ("Recordemos"); mail que me parece necesario transcribir textual: "Un vecino me enseñó a tocar una zamba que empezaba así: ‘No me recuerdes la noche en que vimos partir…’. Esa zamba, ‘Recordemos’, me hizo famoso dentro de mis amigos, ya una vez que me fui a la marina, en el año 1974. Allá sabíamos juntarnos en Buenos Aires los provincianos los fines de semana, y con una guitarra que iba de mano en mano cada uno cantaba algo alegórico a su provincia, y me destacaba cuando les cantaba ‘Recordemos’… Con el transcurso del tiempo, me sorprendió la guerra de Malvinas, inicialmente en el Portaaviones 25 de Mayo. Cuando la cosa se ponía fulera, casi todo el mundo apelaba al Padre Nuestro, y yo o cantaba o tarareaba su zamba. Después el destino quiso que pisara suelo malvinero, y en los bombardeos británicos, quiero que sepa que la letra de su zamba cantada a capella se mezclaba con el estallido de las bombas inglesas".
Hasta aquí el episodio. Hasta aquí mis asombros y estremecimientos. Aquella zamba fue escrita por un chico, de edad cercana a la de nuestros soldados de Malvinas. El destino -Dios- me la predestinó, como a toda música, para combatir metrallas, para sembrar claveles en sombrías trincheras, para desairar dictadores, para tener en las manos un instrumento mucho más poderoso que un fusil, para ser útil a los demás, desinteresadamente, como Eusebio Páez, así se llama aquel muchacho que cantaba a capela la música de su tierra, para que el viento helado de dos islas entrañables y el espanto de una guerra no los matara en la soledad.
Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete.