
Ha pasado la primera vuelta electoral, y para la segunda han quedado en pie dos opciones. A una parte del electorado la motivó el deseo de preservarse. De conservar su metro cuadrado, en el cual tal vez se sienta cómodo, o más seguro. No estaría dispuesto a arriesgarse a otra cosa, que por desconocida, resulta amenazante. "Más vale malo conocido que bueno por conocer", dirán.
La otra posición, por el contrario, anhelaría un cambio del statu quo actual. Los motivos son varios: bronca con la clase dirigente, inconformismo con el complejo entramado actual, acento en el Banco Central, Leliq, ajuste, asuntos de macroeconomía, que resumen en acuerdo entre dirigentes nacionales sin mirar ni el federalismo ni la libertad de los votantes.
Frente a ambas posturas, se habla, cada vez con mayor sonoridad, del hastío de los votantes por la disputas intrascendentes entre políticos y ataques a los opositores. El voto y la libertad de los votantes es lo único seguro que aparece en el horizonte turbio del país.
Cada vez más se habla con mayor sonoridad del hastío de los votantes por la disputas intrascendentes entre políticos y ataques a opositores. El voto y la libertad de los votantes es lo único seguro que aparece en el horizonte turbio del país.
La libertad de acción la tiene el ciudadano
A medida que aumenta el porcentaje del no voto, se achica al espectro de quienes pueden alterar el resultado inicial. En realidad, esa libertad de acción ya la tiene el ciudadano desde siempre, y no se la dan los políticos, sino que es inherente a la democracia. Pero si esa indefinición o neutralidad es tomada como una invitación a no ir a votar, a no expresarse, es claro que, queriéndolo o no, están favoreciendo las posibilidades del oponente.
Basta con escuchar a sus adeptos, que celebran el "gesto" de algunos radicales, y otros componentes de la coalición, de no pronunciarse en favor del acuerdo Milei-Bullrich. Acuerdo que matemáticamente llevaría al triunfo a los que salieron segundo y tercero. Aunque es sabido que en política dos más dos no es cuatro.
Pero no se entiende, políticamente, el escándalo en torno a ese pacto. Tal vez no se tenga presente que, en 1957, Perón mandó a votar por su archienemigo Arturo Frondizi, que finalmente ganó la presidencia, y nadie se rasgó las vestiduras. Aunque Perón sostuviera que esos pactos de conveniencia, entre facciones adversas, siempre son de mala fe. Algo similar ocurrió con el pacto Menem-Alfonsín, para reformar la Constitución. Todos a callar. Pero Bullrich-Milei, no estarían habilitados para pactar, y deben comportarse como "almas bellas" y "dejar" la libertad de acción.
Cabe preguntarse también por qué querrían los votantes de Massa que el oficialismo siga en el poder. Una primera respuesta es porque simplemente son peronistas, de base, y van a votar a su representante. Es un voto vertical, obediente, "primero la patria, luego el movimiento y después los hombres". Es ese 33 por ciento que se constituye en su piso.
De ahí, sumar depende de varios factores. Que pueden ser los que fortalecen el concepto de preservar la situación actual u otros. Como el miedo. Temor causado por algo muy parecido a una extorsión, por parte de quien tiene el poder de dar o quitar. En este caso, el Estado. Que se convierte en algo así como en un observador implacable de la conducta en las urnas. Aquella consigna, "precio del boleto Milei 1.100 pesos, precio del boleto Massa, 70 pesos", es fiel reflejo de esta conducta oportunista. Máxime cuando el receptor de esa amenaza es un ser desvalido, dependiente, a causa de su pobreza, o desconocimiento de la magnitud de sus derechos.
El "látigo y la billetera"
Algo similar ocurre con los gobernadores no alineados, que deben adecuar su posición a la de aquel, el Estado nacional, que ejecuta el Presupuesto. Sería tildado irresponsable si así no lo hiciera. El "látigo y la billetera" funcionado a pleno. Como siempre.
Milei parecía "la bocanada de aire fresco", que vendría a significar el cambio. Lo fue hasta que, creyéndose que "se comía los chicos crudos" por su sorpresivo triunfo en las PASO, se fue de boca, insultó, descalificó, la emprendió contra el Papa, reabrió las heridas de los 70, entre otras barbaridades. Entonces Milei quedó estancado en su 30 por ciento. Y descendió al segundo lugar.
Bullrich ni siquiera pudo sostener los votos de Larreta para esta primera vuelta. Es decir, hubo fuego amigo, que jugó para sus contrincantes. La ambivalencia de Macri fue claramente uno de los factores negativos, y otro fue el "pase de camiseta" de un sector del radicalismo, que expresó así su venganza del ninguneo reiterado de Macri cuando ejerció la presidencia. Hecho que aventura, quizás, la muerte de Juntos por el Cambio. De eso se trata entonces la segunda vuelta. El pueblo tiene la palabra.
Por Orlando Navarro
Periodista