
Pulseritas de colores y exclusiones en el VIP. Intimidades de una noche en la que Milei esperaba más
Lilia Lemoine fue “bajada” del escenario que se había armado en el bunker de La Libertad Avanza para el día de la elección general
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Ella era vip. O eso creía. El domingo, cuando llegó al Hotel Libertador, le dieron una pulsera identificatoria de color naranja que le permitió subir al piso 21 donde estaba instalado Javier Milei. En esa planta solo podía pulular la primera línea de La Libertad Avanza. Pero una vez que se conocieron los resultados de las urnas, que empujaron a los libertarios a un segundo y lejano lugar, algo cambió. Cerca de las 23, se repartieron nuevas pulseras -esta vez de color rojo- para habilitar a quienes subirían al escenario del búnker con el candidato presidencial. Los del piso 21 recibieron su nuevo precinto. Todos menos ella, Lilia Lemoine, que no pudo mostrarse cerca de su líder esa noche.
La diputada electa se fue antes que el resto de la dirigencia de La Libertad Avanza, caminando rápido por calle Maipú, mientras Milei saludaba a sus seguidores en la puerta del hotel. Terminaba una velada amarga para los libertarios. Ellos, que días antes habían arengado con ganar en primera vuelta en el Movistar Arena, ahora debían digerir el segundo puesto. Y si bien los casi 30 puntos que cosecharon los metió en el balotaje, el golpe fue doble: las urnas les habían demostrado que el piso que obtuvieron en las PASO había sido su techo en la elección general y que prácticamente no habían crecido.
A Lemoine muchos la criticaron a sus espaldas esa noche en el Hotel Libertador. Su proyecto de “renuncia a la paternidad” anunciado la última semana de campaña había sido un error no forzado. La iniciativa de la ahora diputada electa no solo ahuyentaba a las mujeres, nada menos que la mitad del electorado, sino que le sumaba otra dosis de delirio a La Libertad Avanza, en un momento en el que necesitaban ser más digeribles para la sociedad.
Ella y el economista Alberto Benegas Lynch (el “prócer” de Milei), que había pedido cortar relaciones con el Vaticano, eran los más criticados del búnker conforme llegaban los datos de las “mesas testigo”. Apuntar a ellos como los chivos expiatorios de la noche era una forma de no cuestionar al líder. En rigor, fue Milei el que, amparado en el ultraliberalismo, les dio libre albedrío a todos sus candidatos y referentes para que dijeran lo que quisieran durante toda la campaña. Un discurso coral anárquico que había requerido constantes rectificaciones públicas..
En el búnker de La Libertad Avanza los rostros fueron cambiando conforme avanzaba la velada. Poco después de que cerraran las mesas de votación, ya reconocían que ganar en primera vuelta era imposible (siempre lo supieron, solo que en campaña alimentaban la versión de una “ola violeta” que nunca se verificó) y aseguraban que Milei estaba “cabeza a cabeza” o “palo y palo” con Sergio Massa.
Pero a las 21 ya había caras largas y pases de factura internos. No tanto por la performance de Massa (a quien le atribuían haber hecho una exitosa “campaña del miedo”), sino por las falencias propias, que no les permitieron crecer en votos. Los libertarios tenían datos de primera mano porque habían implementado una aplicación de celular que les permitía a sus fiscales informar los resultados de sus mesas de forma expeditiva.
En el primer piso del hotel algunos elaboraban el nuevo escenario con empanadas de carne y gaseosas. En las pantallas se proyectaba el lema de campaña: “kirchnerismo o libertad”. El único que desentonaba con ese clima era Carlos Kikuchi, el armador nacional de Milei y un operador de perfil bajo. Cuando bajaba raudo la escalera hacia la planta baja soltó: “No sé por qué los canales están instalando que está peleado con Massa. A mí me dicen que estamos arrasando en el NOA, en el NEA, en Córdoba, en Mendoza. Yo no me apuraría”.
Hubo un último intento de postergar lo inevitable. Guillermo Francos, el señor de la rosca política en La Libertad Avanza, se paró frente al atril y pidió que cesaran las especulaciones de los canales de televisión -que ya proyectaban resultados tentativos- y que aparecieran los datos oficiales de la Dirección Nacional Electoral. Minutos después llegó la información oficial: 36% para Massa, 30% para Milei y 24% para Bullrich.
Milei, entonces, apareció en el primer piso para reconocer el resultado. Lejos de sus arranques de ira en televisión, leyó, con aplomo, un discurso bien pensado. Muchos de sus dirigentes se fueron con la moral más alta gracias a su planteo del “cambio”, su propuesta de hacer “tábula rasa” y su abrazo discursivo a Pro, señal de lo que vendría después.
Lemoine, en cambio, se fue veloz. Arrancaba para ella una madrugada de furia en X (exTwitter) en la que cruzó a todos los que la acusaban de haberle hecho un “daño” al espacio. En uno de sus mensajes más densos, ella apuntó con ironía: “Claro, no fue la alianza con Barrionuevo, ni cortar relaciones con el Vaticano, o hablar de vender niños y órganos… La culpa es mía”.

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