
Un electroshock inesperado tras abrir las urnas
El economista Nicolás Cachanosky, con contenida sorna, afirmaba el viernes por la tarde en la red social X (exTwitter) que “puede ser que el faltante de nafta lleve a que Massa aumente su caudal de votos”.
Su intención irónica hace juego con lo que realmente sucedió: se trata del mismo ministro/candidato que entró primero en el balotaje sacándole seis puntos de ventaja a Javier Milei, a pesar de su ruinosa gestión al frente de la economía nacional, algo que, por lo visto, no incidió para nada en el ánimo de quienes lo votaron con tanto entusiasmo.
Massa, con su cara de “yo no fui” y el tono sedado que ha adoptado últimamente, sin asumir que pisar los precios y trabar las importaciones tienen bastante que ver con el fenómeno que provocó enormes filas frente a las estaciones de servicio, prefirió, en cambio, darle un trasfondo positivo al episodio y afirmó que hubo un “quiebre de stock” porque aumentó el consumo un 15% respecto del año pasado.
Somos el cuarto país entre los que tienen mayores reservas de petróleo no convencional. Pero olvídense por ahora de esa ventaja: Massa mandó a comprar de apuro diez barcos, por 400 millones de dólares, para normalizar el abastecimiento de combustibles. Sin embargo, se habla más de lo nervioso que se puso Milei en una entrevista televisiva por el bullicio que había detrás de cámaras que de las políticas de Estado que dificultan nuestra cotidianeidad con sus precarios parches.
El efecto electroshock de las elecciones presidenciales del último domingo dislocó el monocorde espectro mediático que perdió la rígida uniformidad ideológica que lo caracterizaba desde que se inició el largo reinado de la grieta.
Ver para creer: Baby Etchecopar –que se autopercibe “gorila”– emergió por señales de persistente militancia kirchnerista, como Futorock y C5N, en cuya pantalla también apareció Jorge Lanata, en tanto que Beto Brandoni prefirió despotricar contra Javier Milei por sus insultos contra la Unión Cívica Radical, nada menos que desde El Destape. ¿Son homenajes involuntarios y anticipatorios por el anuncio de Massa sobre que hará un gobierno de “unidad nacional?
Todo se oxida rápidamente en la Argentina: las coaliciones, las declaraciones altisonantes, las tomas de posiciones intempestivas. Nada perdura; todo se vuelve obsoleto e inútil con velocidad de vértigo. Quienes deben resolver los graves problemas que nos aquejan –la dirigencia política– solo es capaz de producir títulos ásperos y ruidosos. O dibujitos para las redes como el león abrazado al patito y un gato por encima de ellos, en un intento de infantilizar a los votantes. ¡Qué animales!
En algo coincidió la oposición golpeada por el triunfo, tan potente e inesperado, del oficialismo en las elecciones presidenciales del domingo pasado: todos se hablaron encima. Pelearon unos contra otros a la luz del día sin el más mínimo pudor. No se tomaron siquiera un par de días para reflexionar, indispensables para trazar estrategias racionales y serias.
Al revés del peronismo, que en el llano suele mostrarse en estado de ruidosa deliberación constante, pero que se ordena verticalmente detrás de un candidato a la hora de votar, Juntos por el Cambio se exhibe más calmo en tiempos no electorales, pero se desordena, pierde claridad y se entrega a malsanas internas cuando se acercan los comicios. Habiendo arrasado en las elecciones de hace apenas dos años, ahora tramitan su derrota entre la neutralidad orgánica de los partidos que integran la coalición y el apoyo explícito al que incitan Mauricio Macri y Patricia Bullrich.
Gran paradoja: Massa hizo todo lo posible para convertir a Milei en un candidato competitivo para dividir el voto opositor y destruir a JXC (lo está logrando) y ahora es Macri el que pegándose a Milei pretende borrar del mapa a Massa.
Óxido es, precisamente, el título del nuevo libro de Lanata que va primero en ventas. Esta vez eligió concentrarse sobre un tema en particular: la corrupción, tal vez la madre de la mayoría de los grandes males que aquejan a la Argentina y que se expande gracias a la complicidad de una justicia que casi nunca llega a sentencias condenatorias.
“Argentina está oxidada. La corrupción es su óxido. El óxido es un cáncer”, escribe el periodista multiplataforma al principio de su libraco de más de 600 páginas, una suerte de minucioso manual que recoge las irregularidades del poder desde 1580 (año de la segunda fundación de Buenos Aires) hasta “Hace media hora”, que es como se llama el último capítulo, que abarca los últimos cinco períodos presidenciales, incluido el actual.
Sin que nadie pudiese preverlo, ni mucho menos planificarlo, ya que el arduo trabajo de escritura obligó a Lanata a encerrarse todas las tardes metódicamente durante un año y medio para avanzar en su elaboración, en cuanto se publica suceden dos cosas muy curiosas y contradictorias: 1) estallan sendos escándalos de corrupción: la danza de las tarjetas de débito que manejaba Julio “Chocolate” Rigau y las vacaciones afrodisíacas y faraónicas de Martín Insaurralde y la modelo Sofía Clerici y 2) que estos episodios no solo no incidieron para nada en la cantidad de votos del oficialismo, sino que los aumentó considerablemente en comparación con la cosecha obtenida en las PASO. Por eso, como razonó Cachanosky con picardía, no sería raro que la escasez de combustible le sumen más votos. Insólito, pero real.

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