
El voto secreto y obligatorio tiene vigencia desde la sanción de la Ley Sáenz Peña, del año 1912, y se concretó por primera vez en las elecciones de 1916, que ganó Hipólito Yrigoyen. Esa ley permitía el sufragio sólo de varones. Se instalaba así la democracia en sentido moderno, como un avance sobre los procesos eleccionarios previos, caracterizados por el fraude, el voto cantado y la actitud amenazante de los caudillos, que intimidaba a los ciudadanos. Sin embargo, este periodo de tan baja calidad democrática fue fundacional para la República, que, con el apoyo excepcional de la mano de obra inmigrante, llegó a ocupar el séptimo lugar en el concierto de las naciones más desarrolladas. Argentina era un faro en el cono sur y hacia aquí venían por oleadas nuestros antepasados españoles, italianos, libaneses, serbios, polacos, etc., buscando una mejor calidad de vida. Hicieron grande una nación, que ya tenía una extensa red ferroviaria, el telégrafo, más una Ley de Enseñanza Libre, Gratuita y Obligatoria que alfabetizó la población con estándares por sobre el resto de Latinoamérica. Puertos, observatorio espacial, una fuerte política agroexportadora, y una soberanía consolidada hacia el sur, con límites claros y precisos. Buenos Aires era una ciudad cosmopolita, de arquitectura europea, y el futuro era promisorio.
Importancia de la Ley Sáenz Peña
No obstante, había notorias deficiencias en la consideración de los intereses de la clase obrera. Era una paradoja que tanta riqueza acumulada en esta nación joven y poderosa, no estuviera correctamente distribuida. Faltaba que el pueblo pudiera expresarse en las urnas, libre y secretamente, para tener una voz en los lugares de decisión. Entonces la Ley Sáenz Peña vino a expresar ese reclamo, dándole al ciudadano participación por medio de sus representantes. Luego, por iniciativas de radicales y socialistas, se promulgaron las primeras leyes en ese sentido restaurador, que en la época del peronismo se ampliaron y en otros periodos se consolidaron. Son derechos que ya no se discuten.
En aquellos tiempos hubo una revista de humor político que se llamaba Caras y Caretas, que llenó toda una época. Para la primera contienda electoral, transmitió a través de sus caricaturas la rivalidad entre los dos principales aspirantes a la presidencia. En este caso, entre Lisandro de la Torre, por el Partido Demócrata Progresista, e Hipólito Yrigoyen, por la Unión Cívica Radical. En la portada del 16 de enero de 1916, se observa a los dos candidatos como pidiendo limosna, es decir el voto, a un niño. La creación del Partido Demócrata Progresista fue una idea de los conservadores, como una estrategia tendiente a impedir el triunfo radical, a quien veían como un peligro para sus intereses, por su avance popular.
En esa caricatura se trataban de expresar las diferencias sociales entre ambos candidatos. A De la Torre se lo ve de impecable traje, e Yrigoyen también de traje, pero más sencillo y sin abotonar. Quería significar así una actitud campechana y abierta frente a la rigidez bien vestida del conservador. Otro detalle distintivo, el sombrero elegante de De la Torre, y la boina blanca que exhibe Yrigoyen y que fue característico, aún hoy, para los militantes radicales. El niño vendría a representar la joven democracia, en ese año de 1916 (foto).
Políticas electoralistas
Esas elecciones representaron la llegada a la presidencia de un gobierno popular, algo que generó, primero incredulidad, pero luego temor en sectores conservadores. Estos consideraban a los radicales como una amenaza a la estabilidad de la república. Lo cierto es que con el tiempo el Estado se fue agrandando, crecieron las políticas electoralistas, alentadas más tarde por la reforma de 1949, que permitió la reelección. Así, la dirigencia dividía su tiempo entre ejecutar y prepararse para la próxima elección. Conocimos el populismo, el asistencialismo, la emisión espuria, la inflación y la pobreza. Ni los planes sociales, ni los subsidios, pudieron con las villas miserias que comenzaron a rodear las grandes ciudades.
Este dispendio, producto de administraciones ineficaces, y/o corruptas, se localizó mayormente en el orden nacional, porque las provincias en general, especialmente la nuestra, tuvieron gobernantes más cuidadosos en el manejo de las finanzas. San Juan, al respecto, viene repitiendo superávits fiscales año a año y es de las pocas que tiene reservas anticíclicas como prevención de imprevistos.
Antes de la Ley Sáenz Peña, la nación era próspera, pero con desigualdad social. Después de ella, hubo reconocimiento de derechos, pero con desequilibrio fiscal, endeudamiento e interrupción de la movilidad social ascendente.
Paradojas de la historia
Antes de la Ley Sáenz Peña, la nación era próspera, pero con desigualdad social. Después de ella, hubo reconocimiento de derechos, pero con desequilibrio fiscal, endeudamiento e interrupción de la movilidad social ascendente. Hasta desembocar hoy con un 45% del pueblo pobre y algunos políticos, por el contrario, obscenamente enriquecidos. ¿Cómo se entiende esto? ¿Cómo fue posible que una mejor calidad democrática, como la concretada en 1916, haya derivado en un país de baja productividad, en declive y cuyos hijos prefieren, al revés de sus abuelos, emigrar hacia donde ellos vinieron?
Hoy, es de esperar que el ciudadano piense su voto para que los partidos se demuestren dispuestos, todos, a contribuir para sanar al país de una enfermedad deplorable. Dar con el candidato cuya mayor consistencia técnica, moral y patriótica, considere que es apto para este momento crucial y el que "pierde colabora".
Orlando Navarro
Ilustración: Rodolfo Crubellier