por Flavio Gerez, miembro de la Asociación de Críticos Musicales de la Argentina
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por Flavio Gerez, miembro de la Asociación de Críticos Musicales de la Argentina
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El 4, 6 y 7 de octubre pasados, el Teatro Provincial Juan Carlos Saravia de Salta fue escenario de una inolvidable representación de la ópera "Carmen" de Georges Bizet. El titánico esfuerzo de casi todos los cuerpos estables del Instituto de Música y Danza (IMD), la asistencia masiva del público salteño y la recaudación de un 93% del presupuesto inicial marcan un claro llamado a futuras producciones. El 2024 será ideal para honrar a otro gran operista, Giacomo Puccini, al cumplirse el centenario de su fallecimiento.
"Carmen" es una obra maestra en cuatro actos que combina de manera excepcional lo musical y lo dramático. Ambientada en la España del siglo XIX, relata una apasionada historia de amor y tragedia protagonizada por Carmen, una seductora gitana que hechiza tanto a personajes como a audiencia. La rica partitura de Bizet incorpora melodías únicas y ritmos españoles característicos, creando una atmósfera de gran intensidad. Desde la icónica "Habanera" hasta la apasionada "Aria de la Flor", la música refleja la pasión y el conflicto de la historia al tiempo que realiza, desde lo dramático, una compleja exploración de los personajes y sus relaciones desafiando en muchas ocasiones las normas sociales de la época por el carácter independiente de la protagonista. Su relación con Don José, un soldado obsesionado con ella, está destinada al peor de los fracasos.
En su debut como director de ópera, el maestro Gonzalo Hidalgo mantuvo la excelencia y precisión que ya conocemos. Sin embargo, existe algún margen para la mejora. La acústica hostil del teatro, un foso que requiere revisión en cuanto a la calidad del sonido que proyecta y algunos problemas de afinación y homogeneidad sonora en los violonchelos de la Orquesta Sinfónica de Salta al replicar motivos cruciales de la ópera son aspectos que llamaron nuestra atención. Además, el volumen excesivo de la percusión, como los timbales y los platillos, en ocasiones, eclipsó a los cantantes, afectando el equilibrio musical. Estos desafíos destacan la importancia de la armonía que se debe observar entre la orquesta y los cantantes. En general, a pesar de estos obstáculos, el maestro Hidalgo ofreció una interpretación enérgica y dinámica que reflejó su ya demostrada experiencia en la dirección de conciertos sinfónicos. El éxito cosechado en esta producción debe servir de estímulo para que se considere una revisión exhaustiva de la acústica de la sala en pro de contribuir a la optimización de la experiencia musical tanto para los artistas como para el público.
La dirección escénica de Andrés Araya García en esta producción suscita cuestiones cruciales. Aunque valoramos su enfoque visual al incluir bailarines en donde no se pedían, sus intervenciones, en ocasiones, parecían redundantes y eclipsaban estéticamente a los protagonistas. La escenografía, por su simplicidad, por no decir inexistencia, establece interrogantes. La estructura metálica en el fondo del escenario no revelaba claramente su función y afectaba la proyección sonora del coro que se ubicaba justo en ese espacio. Al no existir una cámara acústica o una escenografía que la sustituya, el movimiento escénico del coro y también de algunos solistas, debió plantearse de otro modo. Esta perspectiva plantea la cuestión de hasta qué punto la dirección escénica se subordina a la música y a la optimización de los recursos sonoros. Los desafíos de cohesión y equilibrio con la música subrayan la necesidad de una concepción que enriquezca y no opaque el drama y la música, pilares fundamentales de esta y cualquier producción.
Los coros desempeñan un papel central en "Carmen", estableciendo el marco musical y dramático desde los compases iniciales. Sin embargo, en esta representación, el Estudio Coral Salta, a pesar de la valiosa preparación del maestro Luciano Garay, no alcanzó el nivel de impacto deseado. La limitada (o inexistente) escenografía, el movimiento escénico y la inclusión de un coro invitado, el Grupo Coral Octavando que dirige Clara Acosta, generaron disparidades notables en proyección y afinación, y en definitiva, una resultante sonora negativa. El Coro de Niños de la OSIJS que dirige Cecilia Cafrune destacó por su ternura, pero necesita un trabajo muy serio y profundo en homogeneidad y afinación. Aunque lograron los primeros aplausos de la noche, una atención más meticulosa en la dirección coral es esencial para mejorarlo. En contraste, las breves intervenciones de Morales a cargo de un equilibrado barítono Luis Benavidez, un formidable, en cada intervención que tuvo, Zúñiga, a cargo del bajo Marcelo Oppedisano y de Micaela, a quien me referiré luego, prepararon efectivamente la atmósfera necesaria para la entrada de Carmen, mostrando eficacia y presencia escénica.
En la ópera "Carmen," el personaje de Micaela aporta una dimensión de inocencia y pureza en contraste con el ambiente apasionado de la trama. Dos destacadas interpretaciones de Micaela se presentaron en esta producción. La soprano Romina Andrea (4 y 7 de octubre) aportó un enfoque más ingenuo y vulnerable al personaje, resaltando la fragilidad y el amor incondicional de Micaela hacia Don José. Su proyección vocal, aunque moderada en momentos, transmitió sinceridad y elocuencia. Por otro lado, la soprano Mónica Ferri (6 de octubre) ofreció una Micaela determinada y con un sobresaliente dominio escénico. Su poderosa proyección vocal ocupó el teatro con fuerza, añadiendo profundidad al personaje. Ambas interpretaciones recibieron verdaderas ovaciones del público, destacando la habilidad de ambas cantantes para capturar la esencia de Micaela de manera única. La diversidad de enfoques y matices en las representaciones de este personaje enriquece y magnifica la experiencia artística de esta ópera.
En el segundo acto de la opera aparecen los compañeros contrabandistas de Carmen, Frasquita, interpretada por la soprano Lucero Solís, Mercedes, interpretado por la soprano, en un rol de mezzo, Anabel de Singlau, Remendado interpretado por el tenor Cristian Roldán el 4 y 7 de octubre y por el tenor Elías Aguirre el 6 de octubre y Dancario, interpretado por el barítono Javier Yáñez, que cantan junto a ella un complejo quinteto, uno de los más difíciles del repertorio operístico. Estos personajes son, desde el punto de vista musical y dramático, cruciales en el resto de la ópera y aportan elementos muy interesantes a la narrativa. Todos ellos fueron muy sólidos y correctos en sus interpretaciones, aunque quizás quien más haya destacado de todos, por el poderío y belleza de su voz y por su impresionante presencia escénica, haya sido Yáñez, a quien esperamos escuchar en más producciones.
El maestro Garay, que estuvo involucrado en casi todas las instancias de preparación de esta ópera, interpretó al torero Escamillo y supo recrear con éxito, gran sensibilidad musical y buen gusto un personaje con el que tal vez no se sintiera demasiado cómodo, brindando una versión honesta del mismo. Mantuvo un volumen discreto pero correcto evidenciando una lucha sin cuartel con la hostilidad acústica del teatro y con los movimientos de escena escogidos que, en mi opinión, no siempre fueron favorables a su canto.
El tenor Enrique Folger, encargado de asumir el arduo papel de Don José, el cual, desde una perspectiva tanto dramática como musical, figura entre los más desafiantes dentro del repertorio operístico, exhibió una voz de singular belleza. No obstante, es posible que su interpretación haya tendido a poseer un carácter excesivamente potente y estridente, tal vez en detrimento de la necesaria expresión de volubilidad y constante confusión inherentes al personaje. Momentos como la tan esperada "Canción de la Flor" en el segundo acto, o el dúo con la Micaela de Romina Andrea, en el primer acto, podrían no figurar entre mis preferencias destacadas en esta producción. Sin embargo, resultan innegables su gran profesionalidad y su talento, factores que se amalgamaron eficazmente en la creación de una representación tan auténtica como memorable.
Pero sin lugar a dudas, la mezzosoprano María Florencia Machado, en su interpretación de Carmen, no solo atenuó, sino que redimió completamente todas las observaciones anteriormente señaladas. En esta ópera, la figura de Carmen asume el rol de gran atractor a donde confluye todo, música y resto de personajes. Machado asumió esta responsabilidad con indiscutible maestría. La atronadora ovación del público, en perfecta consonancia con la emoción que ella logró transmitir tanto al público como a cada personaje con los que interactuó, es un testimonio del impacto profundo que nos generó. Esta emoción que persiste al intentar escribir esta reseña de manera objetiva es un reflejo de lo impresionante que fue la interpretación de Machado.
Ahora sólo nos queda esperar que se manifiesten la inteligencia política y la visión de futuro de aquellos que deciden los presupuestos para que estos espectáculos se lleven a cabo con mayor frecuencia.