Sofía Snaidero llora con congoja mientras se tapa la cara. La Churrería de Funes, en las afueras de Rosario, cambió para siempre de un momento a otro. Un llamado, un mensaje de Whatsapp, torció su destino para siempre. La tarde del 19 de junio de 2023 Lionel Messi y su familia, instalados en el barrio privado Kentucky, tenían ganas de comer churros. Antonela Roccuzzo fue la que escribió. Sofía, la dueña del local, recuerda el momento como si el tiempo se hubiera congelado. La historia, hasta ahí, ya se conoce.
Pero los efectos de esos tres mensajes iniciales (”Hola buenas tardes”, “quería pedir tres docenas”, “rellenos”) expandieron los límites del local hasta territorios impensados. Messi, con el toque del rey Midas, convirtió en oro a una churrería que tenía siete empleados -incluida la dueña- y que en dos meses pasó a contar con 25. Las ventas se multiplicaron. Las semanas posteriores no pararon de producir: la máquina funcionaba incluso durante la madrugada, las 24 horas del día.
“Desde el día que compró churros Messi -le dice Sofía a TN dentro del comercio- todo cambió para siempre. Nosotros éramos siete personas trabajando y pasamos a ser 25 durante dos meses. Y no solo eso: estamos abriendo un local acá cerca, que es cafetería, pastelería”.
A casi cuatro meses de aquel día que revolucionó Funes, lo que provocó Messi escapa a las leyes de la lógica. “Vinieron personas desde distintos puntos del país solo para comer los churros que come Leo. Vivimos cosas increíbles, que nunca olvidaremos”, continúa.
En un deseo por acercarse a la vida de Messi, los clientes van a la churrería por una experiencia: quieren comer lo mismo que el campeón del mundo. Los combos, ahora, están relacionados a Leo. El negocio gira en torno al mejor futbolista del planeta. De fondo hay copas del mundo y mates color rosa con el número 10. Ya nada es igual.
Los ofrecimientos no pararon de llegar en estos cuatro meses. Mientras terminan de abrir el segundo local, la posibilidad de lanzarse al mercado de franquicias empieza a tomar forma, pero Sofía, su dueña, es muy estricta en cuanto a los protocolos de producción. La calidad y el buen trato a los empleados no se negocian.
En el horizonte también aparece una posibilidad que hasta hace poco hubiera sonado a ciencia ficción. Aunque todavía queda camino por recorrer, podrían instalar un local nada menos que en Miami, donde Messi brilla para el equipo de la ciudad norteamericana en la MLS.
“Tenemos propuestas de Miami. Es un camino largo, pero estamos yendo”, reconoce sobre la posibilidad de romper las fronteras y desembarcar en los Estados Unidos. En los próximos meses podrían dar ese gran paso que los dejaría muy cerca -otra vez- de Messi.
“Nos encantaría poder llevarle nuestros churros a Messi en Miami, sería un sueño increíble”, admite, y en su cabeza lo imagina. “Sí, increíble”, se repite a sí misma, como si todavía no terminara de caer en cuenta de que su local ya no es completamente suyo, sino que pasó a ser en parte “el de Messi”, como lo conocen los vecinos.
Sofía no puede esconder su emoción: “A Messi le quiero decir muchas gracias”. Mira a su izquierda y en un reflejo automático asiente. Se tapa la boca, pide perdón. Por dentro, el sistema nervioso parasimpático aumenta su actividad. Mira ahora a su derecha. Llora. Pero no es un llanto normal, unas lágrimas y nada más: es la historia de su vida -y la de su familia y sus empleados- resumida en un instante.
“Estoy eternamente agradecida. Messi nos cambió la vida. Y ni hablar de lo feliz que me hace poder darles la oportunidad y el trabajo a tantas personas. No saben cómo espero el momento de poder darle las gracias a Leo en persona”. Sofía se seca las lágrimas.
Entonces un hombre entra, entiende de inmediato lo que pasa y pide una docena de churros rellenos con dulce de leche. “¿Los que come el campeón?”, pregunta. “Los que come el campeón”, le responden.