Cuando se habla de migrantes se suele entender, localmente, que se trata de personas extranjeras que ingresan al país a través las fronteras. Las que siguen son las historias de familias argentinas que fueron migrantes, a principios de 2022, pero hacia Europa, no lograron asentarse y en poco tiempo regresaron al país. “Somos la otra cara, los casos no exitosos”, reconocieron a Página/12. Por su parte, dos especialistas de la salud mental analizaron el proceso migratorio, sus duelos y la (no) adaptación de sus protagonistas.
“Hay una realidad desdibujada de la emigración argentina”, aseguró Verónica Donis (50), una trabajadora administrativa oriunda de Olavarría que se mudó a la ciudad italiana de Varese, con sus hijos --21 y 18 años--, en febrero de 2022. “Nos asesoraron mal, llegamos a una zona con pocas conexiones y transportes”, agregó.
Luego se trasladaron a Madrid para buscar oportunidades en el sector gastronómico-hotelero. “El mercado está saturado y muy precarizado. Reciben mano de obra extranjera por períodos cortos y pagan por debajo del sueldo mínimo”, afirmó Donis. También manifestó que la ciudadanía italiana no les ayudó a conseguir trabajo registrado, uno de los requisitos para alquilar un departamento.
Después de pasar cuatro meses en distintos alojamientos temporarios, la familia olavarriense decidió regresar a la Argentina. “En lo personal, me afectó mucho el sentimiento de no-pertenencia viviendo en Europa. Además, nuestro nivel de vida había decaído un montón, no llegábamos a fin de mes”, alegó Donis.
La visitadora médica cordobesa María Fossat (42), su esposo y sus hijos --6 y 3 años--, también dejaron la Argentina por esas fechas. El destino, la ciudad española de Málaga. “Planificamos todos los detalles. Vendimos la casa, renunciamos a nuestros trabajos y nos fuimos”, contó.
Las expectativas de esta familia en el viejo continente fueron mermando al percatarse del “alto costo de vida”. “En Europa nos encontramos con un panorama económico oscuro. Los precios eran cada vez más altos y los sueldos muy bajos. Acá teníamos casa propia, autos y trabajo estable, allá había que empezar desde cero”, dijo la mujer.
Sin embargo, para Fossat fue el “costo emocional” lo que inclinó la balanza a favor de volver al país, tras un mes de haber emigrado. “Extrañábamos a la familia, mi nena más grande lloraba y preguntaba por sus abuelos y sus primos. La realidad es que no nos pudimos adaptar, nos sentíamos sapos de otro pozo”, expresó.
Ambas mujeres coincidieron en que la coyuntura internacional influyó en sus experiencias migratorias. De acuerdo a sus reflexiones, la economía europea aún no se había recuperado de la pandemia cuando estalló el conflicto Rusia-Ucrania, lo que provocó el incremento de precios en los productos básicos.
“A unos amigos les iba bien en Europa y dijimos ‘¿por qué no?’ Cabe aclarar que en Argentina nunca tuvimos un sobresalto económico. Aparte de nuestros trabajos, teníamos una fiambrería y una casa que arrancamos a construir gracias al Procrear”, comentó Manuel (37), un trabajador de la industria chacinera santafesina que en abril de 2022 emigró a Sulmona, Italia. Su esposa y sus hijas --8 y 3 años-- viajaron con él.
“A las pocas horas de llegar, mi hija mayor se descompuso. Esperamos horas hasta conseguir un auto alquilado para llevarla al hospital, en plena madrugada. Le bajamos la fiebre en la ducha. Una situación de por sí angustiante que se dificulta al no tener cerca a un familiar o un amigo que te dé una mano”, recordó el hombre.
La familia santafesina estaba hospedada en un loft ubicado en la montaña, a unos 6 kilómetros de la ciudad. Aunque había reservado otra vivienda en una zona más accesible, una filtración retrasó la firma del contrato. “No tener el departamento a su vez nos demoraba la residencia. Uno de los requisitos era que la propiedad tuviera, al menos, 19 metros cuadrados por persona. Imposible encontrar algo con esas características”, dijo Manuel.
“Unas vacaciones largas”, así definieron a los casi 40 días que estuvieron en Italia moviéndose de un alojamiento temporario a otro, antes de retornar a la Argentina. “Me siento muy identificado con la cultura de nuestro país. La mala suerte que tuvimos en Europa nos sirvió para valorar lo que tenemos acá", concluyó el hombre.
Duelo migratorio
“Existe un imaginario social de que la migración es una experiencia de éxito garantizado. Una imagen idealizada que fomentan los medios de comunicación y también personas que la comparan con ir de vacaciones, entonces llegan con expectativas irreales”, advirtió Juliana Bereny, psicóloga argentina radicada en Madrid y cofundadora del espacio de acompañamiento Club de Emigrados.
“Los primeros meses el emigrante vive en una montaña rusa emocional, piensa que tomó la mejor decisión y tres horas después quiere volver a su país”, explicó Bereny. Otra característica --añadió-- es la culpa que siente por haber “abandonado” a su familia o por criar a sus hijos pequeños lejos de sus afectos.
Esta ambivalencia se debe --explicó la entrevistada-- a que “el emigrante recorre un camino completamente desconocido, donde no hay una representación psíquica anterior”, es decir, una experiencia previa que pueda tomar de referencia para saber cómo actuar, identificar cómo se siente o qué recursos tiene para transitarlo.
“La adaptación a un nuevo país tiene etapas que no se pueden alterar. Es posible con el paso del tiempo, habitando espacios, generando pertenencia en grupos sociales y construyendo el sentido de por qué y para qué emigramos”, sostuvo la psicóloga.
Bereny destacó que “emigrar implica la transformación de la identidad”, y forman parte de ella las calles que una persona transita, su cultura, sus vínculos. “Al llegar al nuevo país todo eso no está, o al menos no de la misma forma. El proceso de asimilación de esas pérdidas se denomina ‘duelo migratorio’”, detalló. Se trata de un duelo múltiple, porque el emigrante “pierde varias cosas”; parcial, no es para siempre; y recurrente, se reactiva cada vez que toma contacto con sus orígenes.
“Deshumanización” de la migración y síndrome de Ulises
“Se habla de los aspectos económicos, demográficos o sociológicos de la migración, pero la parte humana es muy poco tenida en cuenta”, dijo en diálogo con este diario Joseba Achotegui, psiquiatra español y exsecretario de la Sección Transcultural de la Asociación Mundial de Psiquiatría.
El médico agrupó las múltiples pérdidas de la migración en categorías vinculadas con siete duelos. El primero es por la separación de la familia y los seres queridos. Otros, por la ausencia de la lengua, la cultura y la tierra. “Emigrar supone riesgos para la integridad física, el estatus social y la ausencia de contacto con el grupo de pertenencia”, ahondó.
Achotegui acuñó el término ‘síndrome de Ulises’ para describir el “cuadro de estrés prolongado e intenso” que padecen quienes transitan el proceso migratorio en “situaciones muy adversas”. “No es un trastorno mental, sino un malestar que sufre el migrante que ha estado atravesando los siete duelos en condiciones extremas. Sus niveles de estrés son tan elevados que han superado su capacidad de adaptación y de respuesta”, precisó.
Son varios los estresores o estímulos que delimitan el síndrome de Ulises. Uno de ellos es la soledad relacionada con el duelo por la familia y los seres queridos. “El dolor que producen las separaciones es más difícil de soportar para una persona que proviene de una cultura donde los vínculos familiares son estrechos o de una comunidad con fuertes lazos de solidaridad”, señaló Achotegui.
De acuerdo al psiquiatra, otro de los mayores estresores es el sentimiento de desesperanza que surge por el “fracaso del proyecto migratorio”. Ocurre cuando se dificulta acceder a la documentación en el país de acogida. O bien, cuando las oportunidades de trabajo son escasas, o si la persona debe someterse a condiciones de explotación para subsistir.
Achotegui remarcó que las personas que padecen el síndrome de Ulises presentan un conjunto de síntomas psíquicos --angustia, tristeza, entre otros-- y somáticos --como cefalea y dolores musculares--. “El emigrante es fuerte y resiliente. Es importante que no se quede aislado, que encuentre redes de apoyo en la comunidad de acogida”, finalizó.