"…Caballito, porque siempre fue pequeño; por eso la carretela le caía exagerada y cada día más en contra…"¸

Esa mañana del sábado pasó casi al mismo trotecito. Digo "casi", porque se le notaba en el andar un espectro de cansancio; su cabeza iba inclinada llamativamente hacia el suelo y un suave vaivén la ensombrecía. "Caballito", porque siempre fue pequeño; por eso la carretela le caía exagerada y cada día más en contra. Ahora la vejez se le veía en todo; por eso, ese sábado el chicotazo cruel en el pescuezo, en la cara, en su almita marchitada, hirió las cosas, relampagueó en el oeste, clamó, suplicó, estalló rojo en el aire cristalino de octubre, brutal sobre esa escasa sangre de años finales. Las cuadras se fueron llevando el tamborileo de sus pezuñas por los murmullos habituales del barrio.

Momentos después la noticia sobrevoló doliente: a unas diez cuadras de aquí, un caballito estaba tirado en la calle; se moría y la gente lo rodeaba en silencio; no sólo niños, grandes miraban la escena sin musitar palabras; vi entonces que la tristeza se les caía de los rostros. Un responso que bien podía ser azul había copado la calle del barrio, y la tarde peleaba por caber en el ardor de una enorme lágrima. A pocos metros, la carretelita destartalada se había quedado sin corazón, sin tranco, sin sendero, sin víctima. En su pescante, los dos muchachos miraban con resquemor la escena. Uno piensa que, ante tanta crueldad acumulada y quizá inconsciente, bueno sería que un enorme dolor en las entrañas, en el centro crucial de cada uno, colocara las cosas en el lugar del arrepentimiento.

Una nena de unos seis años preguntaba a su padre unos porqués difíciles. A una mujer humilde se le nubló el cielo en la puerta de su casa y entonces entró. Nadie sabía qué hacer con la inminencia de la muerte que les golpearía las puertas, los poros de su humanidad, el asombro, como un intruso que viene a provocar.

Un niñito conoció al animal, murmurando que él sabía que no volvería a pasar por la puerta de su casa. Los ojos brillantes del caballito posiblemente nos veían como esfinges de una despedida o vaya a saber qué; pero seguramente buscaban en el aire enrarecido de esa primavera final un agujerito celeste donde espiar algún mendrugo de eternidad, que bien puede merecer un animalito noble que murió a latigazos de ignorancia y esa muchas veces común bestialidad que es capaz de anidar en algunos corazones.

 

Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete