La robótica social es un área en franca expansión. Un robot social interactúa y se comunica con humanos siguiendo comportamientos sociales, y se está experimentando con ellos para asistir a enfermos o ancianos. Para lograr una mejor experiencia de los usuarios, una de los aspectos en los que más están interesados los desarrolladores es representar una “cara” que genere empatía entre los humanos. La expresión es fundamental: que sonría, que se muestra perplejo, que se vea preocupado.
El arte de construir la expresión no es algo nuevo, los fabricantes de marionetas y autómatas han buscado ese secreto desde hace siglos. Steven Millhauser es un escritor estadounidense que ha tomado al arte de la construcción de marionetas como uno de sus tópicos, y ha explorado en su literatura algunos aspectos de esa búsqueda. Su novela corta (o cuento largo), August Eschenburg cuenta la historia del hijo de un relojero provinciano.
Desde una edad muy temprana, August descubre que la relojería es un oficio particular dentro de un arte más general, la fabricación de autómatas con apariencia humana. A los 14 años, su padre, Joseph, llevó al niño a una feria, donde presenció un espectáculo de magia a cargo del Mago Konrad. Los trucos del mago no llamaron particularmente la atención de August, hasta que en uno de estos, apareció un pequeño autómata que hizo algunas piruetas sobre el escenario.
Millhauser relata así el acto del autómata: “Más impresionante aun que los gestos desenvueltos vitales era la expresividad ominosa de su rostro movedizo. Había movido la boca y los ojos, además de la cabeza, y August había creído vislumbrar una tensión de los músculos de las mejillas. Sin duda la cara parecía tan capaz de expresar las diversas emociones que se le requerían, que era como si la controlase, no un mecanismo interior de engranajes y palancas, sino una mente pensante, y era más que nada esa ilusión de espíritu interior lo notable del desempeño del mago mecánico”.
Hay una destreza artesanal notable en diseñar la mediación entre el mundo técnico y el mundo psicológico, entre los elementos mecánicos, geométricos, matematizables, calculables, y los elementos difusos, ambiguos, cualitativos de la mente humana.
Objetivar esa conexión con una serie de mecanismos es una tarea mucho más compleja técnicamente que imitar los comportamientos del cuerpo. Alguna reminiscencia a la vieja teoría cartesiana del fantasma en la máquina sobrevuela el relato (y a la robótica social). Se busca generar la ilusión de que algo inmaterial domina la mecánica del autómata.
Esa ilusión del dualismo es, sin duda, uno de los aspectos humanos más difíciles de objetivar en una máquina. Con independencia de si existe algo así como un alma, los humanos parecen tenerla. Hacer una máquina que parezca un humano es hacer una máquina que parezca tener alma. Una máquina expresiva.