A diferencia de otras, la historia de Elena Spengler, no se escribe en el papel. Sino que se plasma en la tela. Esta afirmación no es una simple metáfora de la vida. Sino que es lo que ella misma decidió hacer con sus manos y con el legado que recibió: la artista plástica entrerriana, pero adoptada por San Juan desde 1978, recurrió a viejos retazos de los textiles de la fábrica que su tatarabuelo fundó en 1862 en Alemania del Este junto a otros recortes que usaba su mamá en los quehaceres o para coser o bordar prendas y que guardó como un tesoro personal, en una caja de lata. Elena los pegó, cosió, reforzó, plegó, pespunteó, les adosó detalles como botones, los plastificó y por supuesto, hizo composiciones, pintó e intervino con acrílicos.
Justamente las obras de arte que logró, reunidas bajo el nombre "Lo que las telas cuentan", se expondrán desde este jueves 5 de julio -y hasta fin de mes- en la galería Artify (ver Escenario de la vida). Son alrededor de una docena de trabajos de pequeñas y grandes dimensiones -algunas llegan a medir hasta 3 metros de largo porque usó un rollo entero de tela- realizadas con técnica mixta, collage si así se le quiere llamar, donde ese pasado deja pinceladas y huellas para siempre.
Es que para Elena esta no es una exposición más de las tantas de su autoría que han visto la luz en San Juan, en distintos puntos del país e inclusive en el exterior. Es, una invitación a desandar décadas y décadas pero fundamentalmente el mejor homenaje que puede hacerle a Elisa Laurentina Müller, su mamá que falleció el 28 de septiembre de 2020, a los 98 años. A la artista la reconforta sobremanera que ella haya podido ser su cómplice en el acopio de las telas por años, que se las haya cedido generosamente pero también que haya podido ver, al menos, los primeros cuadros.
"Esta muestra significa resignificar el legado. Creo que de tanto ver a mi madre trabajar con las telas y el saber que eran la ligazón con sus antepasados, porque le mandaban por cartas telas, puntillas, fotos, documentos, es que quizás soy una enamorada de las telas, siempre he trabajado con este material que me despierta una verdadera transformación creativa", resume la artista que si bien en 1999 viajó a Alemania para exponer en la Embajada Argentina, nunca llegó hasta Leipzig, el pueblo donde aún hoy sigue en pie la fábrica que lleva el nombre de su tatarabuelo, Carl Heinrich Müller. En ese entonces desconocía de su existencia (luego su madre le contó algunos detalles). Hoy, en cambio, sueña que algún día, su muestra con telas pueda llegar hasta allí, el lugar donde comenzó su historia.

homenaje es la muestra que se presentará en sociedad este jueves.
Lazos de familia
Los Müller son originarios de la región de Sajonia, en lo que era la Alemania del Este. Siempre estuvieron ligados a lo textil, primero de forma muy artesanal y luego, por iniciativa de Carl Heinrich, más industrializado. Su fábrica llegó a ser un verdadero emporio de telas, lo que generó un verdadero movimiento económico y social en el pueblo, además de un muy buen pasar para toda la familia que vivía en un palacio.
"El fundador, es decir el bisabuelo de mi mamá, comenzó con una sala de tejeduría a mano, en un salón que contaba con sillas, algunos peines y agujas de madera. Hacía telas para prendas. Con mucho esfuerzo, logró su fábrica en 1862, que era muy renombrada en toda Sajonia. Realmente fue Carl Heinrich una persona que se destacó en lo político y en lo social: fue elegido concejal en el ayuntamiento y el 13 de abril de 1898, según los documentos que tengo en mi poder, fue galardonado con la Cruz de Hierro como Caballero de la Orden del Rey Alberto II de Sajonia y en el 1899, fue nombrado ciudadano ilustre en Reichenbach Vogtland, su lugar natal. Tuvo 11 hijos y todos trabajaban allí, tanto se dedicaban que para no perder la formación intelectual, sólo iban a la escuela una vez a la semana. Pese a eso, todos tuvieron su título. De hecho, Adolfo, el único de los hijos que vino a Sudamérica, escapando del servicio militar y la amenaza de la guerra, trajo su título de maestro", rememora Elena.
Adolfo, según supo la artista, viajó escondido en la bodega de un barco. Primero llegó a Estados Unidos. Después a Buenos Aires y de ahí, fue directo a Entre Ríos, siguiendo el camino que hicieron muchos alemanes. Se instaló en Aldea San Juan, una localidad del departamento Gualeguaychú, a 42 kilómetros de la ciudad del mismo nombre. Y, una vez que dominó el castellano, creó una escuela para enseñarles a los colonos este nuevo idioma y también sentó las bases de la primera iglesia luterana en la zona. La religión y la cercanía de otros inmigrantes de la colectividad, eran el aliciente para seguir ligados a su lugar de origen y a su vez, adaptarse al nuevo destino, el que nunca más abandonó. Aquí tuvo a su familia -el abuelo de Elena y a su vez, por ende, el papá de Elisa Laurentina, que también se llamaba Adolfo- y falleció en 1922.

"Nunca perdió el contacto con su familia y eso se lo transmitió a los que siguieron, incluida mi mamá que recibía las cartas de su prima con las telas y puntillas que hoy tengo en mi poder. Pese a que la infancia de mi mamá no fue fácil porque quedó huérfana de su mamá a los 3 años y su papá, tal como se estilaba en ese entonces, se casó muy rápido para tener ayuda con la crianza de sus tres hijos. Su nueva mamá era una vida que tenía una hija. A su vez el nuevo matrimonio tiene 4 hijos más. Lamentablemente cuando mi mamá tenía 12 años, falleció su papá, entonces la nueva mujer no podía seguir criándola y es nuevamente adoptada. A ella le causaba tanta pena que no quería contarnos su historia ni la de su familia, por eso yo desconocía lo de la fábrica cuando fui Alemania. Con el tiempo, fue dándonos más detalles", agrega Elena.
Casi como en un cuento con final feliz, la nueva familia adoptiva de Elisa Laurentina fueron los Spengler -la familia del papá de Elena-. A este hogar llegó con 16 años y la vez que el joven Otto Federico, volvió a casa de la escuela donde era pupilo -estudiaba idiomas como latín, alemán griego y el pastorado luterano- se conocieron y se enamoraron. Cuando se casaron se fueron a vivir a la Estancia La Elena, en el campo entrerriano. De ese amor, nacieron 8 hijos, entre ellos Elena.

Mientras tanto, inclusive en vida del inmigrante -Adolfo-, la fábrica de su familia, pasó del auge a la debacle y hasta fue expropiada por el gobierno alemán y luego devuelta, después de muchos años, pero ya quedaban poca descendencia al menos en Leipzig. Inclusive ni siquiera la parte de la familia que se radicó aquí, pudo acceder a esa herencia. Según supo Elena, a la fábrica la vendieron y en la actualidad y bajo el mismo nombre, sigue ligada al rubro textil, claro que tecnología de por medio, allí se hacen los tapizados de aviones, pero con cortes láser. "Cuando me enteré este detalle me emocionó más aún legado de lo textil. Pasaron años y la fábrica Carl Heinrich Müller sólo ha sufrido una transformación impresionante: de lo artesanal al láser", dice.
Retazos de amor
Hace un tiempo ya que Elena recibió por parte de su mamá las cajas de lata donde ella preservó por años aquellas telas y puntillas que recibía de la fábrica. En ese mismo estuche guardaba otros retazos de telas que usaba para aprender a bordar o géneros con los que confeccionó por ejemplo, las cortinas de la casa dónde vivían en el campo, realizadas con una tela típica de la época conocida como Cretona (era estampada con flores). También encontró restos de brocatos, plumetí, entre otros.
Consciente de lo que valoraba ese material y de lo tanto que disfrutaba de las manualidades -su mamá fue ama de casa y le encantaba, además de los bordados, amasar el pan y hacer dulces con los frutales de la estancia y transmitirles a sus hijos todos los valores de la iglesia luterana, tanto que antes de la cena, todos los días, entonaban cánticos e himnos de la iglesia acompañados por el armonio o el violín que interpretaba su papá- es que no dudó ni un minuto en transformarlos en materia prima para obras de arte que honraran toda esa historia familiar.

"Mi mamá estaba tan feliz del destino de sus telas y de que recuperara lo que hizo su bisabuelo. Por suerte pudo ver algunas de las pinturas intervenidas con telas, la última vez que nos encontramos, para la Navidad de 2019 porque yo ya estaba desarrollando la idea de la muestra. Ella murió en plena pandemia, en 2020 y fue un golpe tan duro que me provocó abandonar todo el trabajo porque me dolía seguirlo, sentía que no podía volcar en la tela lo quería. Con el paso del tiempo pude volver de a poquito, pero con la misma alegría que caracterizó siempre a mi mamá. Quizás porque volví a escuchar lo que ella decía: cuando la tormenta se calma, uno puede volver a empezar de nuevo", asegura la mujer que está convencida que su mamá está presente en cada uno de sus trabajos. De hecho, está ilusionada con la idea de llevar cada metro de tela intervenido al mismo predio de la fábrica en Alemania y donarlo para que hagan un museo.
Es que, como parte de sus obras, se va a poder ver lo que fue la fábrica en cuestión, las fotos del fundador, de sus abuelos, las telas de los vestidos de casamiento de su mamá, el árbol genealógico de los Müller que data de 1578, cartas, documentos, entremezcladas con telas y pinturas.

Escenario de la vida
A Carolina Schvartz, la dueña de la Galería Artify, la enamoró la esencia de "Lo que las telas cuentan", ni bien vio las primeras pinceladas y las texturas que genera la tela como protagonista en primer plano. Por eso, quiso que sea parte de su calendario de exposiciones. Así es que la muestra va a estar abierta al público de manera gratuita hasta el sábado 28 de octubre. La inauguración será el jueves 5 de octubre a las 20 horas en Mitre 73 -oeste-, en el entrepiso de lo que era el hotel Del Bono Suites. Las actividades relacionadas con esta iniciativa -generalmente se hacen visitas guiadas propuestas por la misma artistas y charlas de invitados, aparte de conversatorios y otras instancias- serán anunciadas en la página de Instagram @artifyargentina. Mientras tanto se puede recorrer, sin necesidad de pautar una cita previa. Esta galería de arte de San Juan abre de miércoles a sábado, de 18 a 21 y lo interesantes es que siempre está la curadora responsable o los propietarios para acompañar en la experiencia.
"Hay cuadros con intervenciones textiles, rollos enteros de tela con retazos recuperados donde se generan grandes obras, pero también hay otras de pequeño formato. Es muy interesante, porque hay arte y una deconstrucción del árbol genealógico de su autora, de su linaje, son telas que están contando varias historias, en paralelo, la historia que ya ha recuperado de su familia que es también la historia de la inmigración y de la emigración. Elena es un artista exquisita y su técnica es impecable, pero a su vez, deja al descubierto, su corazón y todo lo simbólico ligado a su historia", explica Carolina.
Luego de estar en Artify, "Lo que las telas cuentan" ya tiene fecha en abril del 2024 para una muestra de la Universidad Nacional de Cuyo, en Mendoza. Además está haciendo gestiones para replicarla en Entre Ríos y en Buenos Aires.

La ligazón con San Juan
Hace más de cuarenta años que Elena vive aquí. Es que de Entre Ríos, se fue a Córdoba a estudiar Arte y allí conoció a su esposo (sanjuanino), que estudiaba Medicina.
Con el título bajo el brazo retornó a su provincia donde ejerció la carrera docente en primaria, secundaria, terciaria, inclusive tenía un taller de plástica. Con el doctor José Mattar se casaron en Entre Ríos, en una ceremonia ecuménica, dirigida por un cura católico y un pastor luterano.
En 1978 se instalaron en San Juan. "Yo traía el litoral en mi corazón. Entonces pintaba paisajes con muchos azules y muchos verdes. Era lo que extrañaba y añoraba. De vivir en una zona húmeda, de mucho color, pasé a un lugar seco y con colores muy distintos. Hasta que las verdulerías me permitieron encontrar el color. Tanto me llamaban la atención que tapaban la verdura con bolsas mojadas que incorporé a mis pinturas esas bolsas como parte del paisaje y el color de las verduras, otra muestra más de mi fascinación por las telas. De a poco me fui adaptando y queriendo San Juan, y empecé a pintar pircas, retamas, los aborígenes, los cacharros y siempre, siempre los inmigrantes que son mi gran leitmotiv", dice la mujer que cada cuadro que hace lleva el nombre del hijo al que le gusta. Tiene tres hijos y cada uno ya tiene su legado.
Hace un año presentó su proyecto Arte en la Mesa, donde replica imágenes de los cuadros que pinta en individuales y centros de mesa con alguna vegetación típica, en el restaurante del hotel Acrux en Barreal y en la Jamonería de Miguel Martín. Ahora va con ese proyecto al Gran Hotel Villaguay, en Entre Ríos.

En el nombre del padre
La familia paterna también tuvo su homenaje pictórico. Aquella vez fue una carta escrita de puño y letra, en alemán, fechada el 22 de mayo de 1900, la última que sus tatarabuelos le escribieron a sus hijos, cuando migraron a América, lo que la inspiró. Tanto que llegó a tapizar las paredes del museo para dar vida a "Metáfora del tiempo interior", aún en vida de su padre Otto Federico (nacido en 1920 en Gualeguaychú y luego se trasladan a Villaguay).
Para Elena es un texto conmovedor, en el que los padres les dicen que están felices porque "llegan a un nuevo país en Sudamérica y se despiden pidiendo que Dios los vele día y noche, y que creen que en este mundo ya no se verán pero que el encontrarse va a trascender en la eternidad donde la separación no se conoce porque los un amor de corazón", repite Elena de memoria.

Esa muestra fue en el año 2000, cuando se cumplían 100 años de la esquela.
Los Spengler se fueron de Alemania al Volga, con la promesa de Catalina, la grande, de que sería una "tierra prometida", escapaban de la guerra. Pero la crudeza del frío, la nieve y la falta de recursos hizo que no se cumpliera. Allí nació su abuelo Federico, en 1899. Con un año se vinieron a la Argentina. Viajaron el abuelo, sus hermanos y el bisabuelo.
Ahora prepara otro proyecto también vinculado a su papá que escribía caligrafía y letra gótica alemana. Es que ella conserva sus cuadernos de la escuela primaria, de 1923.
Por Paulina Rotman
Fotos: colaboración Elena Spengler y Carolina Schvartz