Dice un popular refrán: "El que es sordo, ciego y mudo vive cien años en paz". Emparentado con la ley del silencio u omertá (código de honor siciliano que prohíbe informar sobre actividades delictivas de determinadas personas), el refrán habla de la opción de algunos de mantener silencio por miedo o complicidad. No hay ningún código de honor aquí, ni tampoco lealtad posible. Los códigos de honor son un conjunto de principios que guían nuestro comportamiento en una comunidad. Valores que deseamos preservar como sociedad. La omertá no es el silencio de los inocentes. En realidad, la omertá nos deja en la antesala del delito de encubrimiento, además de ser una actitud moralmente reprochable.
¿La omertá, es una cuestión de lealtad?
Lo primero que podemos señalar, es que al igual que el coraje, la lealtad aflora con más intensidad cuanto mayor es la adversidad.
En aguas calmas todos somos buenos nadadores.
Aclaro que no me refiero a la lealtad a compromisos asumidos, a proyectos políticos o hacia alguien en particular. Me refiero a la lealtad hacia uno mismo y hacia nuestros propios principios morales. La prueba irrefutable de la importancia de esta coherencia es el reproche de la propia conciencia moral. Todos experimentamos de una u otra manera, la recriminación de la conciencia cuando actuamos contrariando nuestros valores. Recordemos que la conciencia es la norma inmediata de nuestros actos y consiguientemente nunca es correcto obrar contra su dictamen, tanto en lo que manda como en lo que prohíbe. En este como en otros temas se advierte que la batalla más difícil a librar es con uno mismo. Sí hablo te delato, si callo soy tu cómplice.
Cooperando al mal de otro
Moralmente, la ley del silencio u omertá, es un capítulo dentro de la cooperación en la acción mala de otra persona. En palabras simples, la cooperación es el concurso en la acción de otro. Con mi omisión, ayudo al mal que comete otra persona. Hay distintas formas de colaborar. Es conocida la fórmula que recoge las cuatro formas de cooperar por omisión: ocultar o esconder, callar, no obstaculizar, no denunciar. Es cierto que la intención está en quien realiza el acto malo. De allí su mayor responsabilidad moral. Pero tanto el callar, como el ocultar, no denunciar ni obstaculizar ayuda a la concreción del acto.
La omertá nos interpela a todos
El temperamento moral de una persona no es algo que se define, construye o destruye en un acto. Es la suma de nuestros actos lo que va configurando un modo de ser desde la ética. Por eso los filósofos antiguos emparentaban la ética con la virtud. La virtud, precisamente es un hábito no un acto aislado. Es una disposición para elegir el justo medio, lejos del exceso y el defecto.
Todos conocemos personas con mayor debilidad moral frente al bien. Seguramente, muchos de nosotros, hemos habitado, aunque transitoriamente, en esas fronteras. Pero la educación, los buenos ejemplos, y en muchos de nosotros, la fe, nos dieron herramientas para levantarnos y seguir. Para otros, sin embargo, la vida no ha sido tan fácil. No se trata de justificar sino de comprender.
Seguramente, en más de una ocasión hemos visto "venir" a personas que actúan movidos por estos códigos de honor cuasi mafiosos. Y hemos bajado la vista o mirado hacia otro lado. Hasta que el escándalo estalla. Por eso sostengo que la ley del silencio u omertá nos interpela a todos. Desde las familias hasta los educadores. No alcanza con las rejas. Debemos llenar las aulas de contenido moral.
Miryan Andújar
Abogada, docente e investigadora
Instituto de Bioética de la UCCuyo