
“Estaba enamorada”. La toma de rehenes del banco sueco que dio nombre al Síndrome de Estocolmo, hace 50 años
¿Es posible que un rehén se enamore de su captor? El robo de un banco de Estocolmo, en agosto de 1973, dejó al descubierto un fenómeno psicológico, protagonizado por una joven de 26 años, que hoy se conoce como Síndrome de Estocolmo
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Kristin Ehnmark tardó más de 10 años en entender lo que le había sucedido durante su secuestro, por qué había actuado de esa manera. Y cuando finalmente lo supo sintió alivio. “Dicen que uno puede congelarse del miedo, y yo creo que mi mente se desconectó”, dijo la cajera suiza años más tarde, durante una entrevista.
Pasaron exactamente 50 años desde el día en que ella y otros tres compañeros fueron tomados como rehenes dentro de la bóveda del banco en el que trabajaban. El intento de robo que derivó en su secuestro que, bajo el nombre de “el robo de Norrmalmstorg”, pasó a la historia. Pero no porque su protagonista haya logrado robar millones, como esperaba. De hecho, no pudo obtener el dinero que buscaban ni tampoco escapar de la policía. El caso trascendió, en cambio, por un extraño fenómeno psicológico que se dio durante la toma de rehenes y que los medios no tardaron en replicar. Tiempo después, la criminología lo denominaría Síndrome de Estocolmo, en honor a este caso.
La rehén que defendió a sus captores
Como casi siempre que ocurre un hecho de esta estirpe, la mañana del 23 agosto de 1973, día en que empezó la toma de rehenes, transcurría con normalidad. La joven Ehnmark, de entonces 26 años, terminaba de escribir una carta en su escritorio del banco Kreditbanken, ubicado sobre la plaza Norrmalmstorg de Estocolmo, cuando escuchó los primeros disparos. Con una Ametralladora en mano, Jan Erik Olsson, de entonces 32 años, se acercó a ella y a sus tres compañeros de oficina y les ordenó a los gritos que se recostaran sobre el suelo “con las manos a la vista”.
Olsson era experto en cajas de seguridad y en explosivos. Ya había cometido varios robos a mano armada y acababa de escaparse de la cárcel. Pero ese día su plan -básicamente, ingresar a la bóveda, robar dinero y huir- se vio frustrado cuando, pocos minutos después de los primeros tiros, la policía sueca rodeó el edificio. Entonces Olsson debió improvisar: decidió utilizar a los rehenes para lograr salir del país. “Creí que un maníaco había entrado en mi vida. Creí que estaba viendo algo que solo podía suceder en Estados Unidos”, recordó Ehnmark en diálogo con el New Yorker, un año después.
Olsson ató a sus cuatro rehenes y, a trevés de notas, le dejó saber a la policía que solo los liberaría si primero ellos le traían dinero, un auto y si liberaban de la cárcel a uno de sus excompañeros de celda, Clark Olofsson, y lo llevaban al banco.
Oloffson, de 26 años, era uno de los criminales más famosos de Suecia. No solo había robado más de un banco, sino que también había sido cómplice del asesinato de un policía. “Pensé: ‘esto va a ser un infierno’, porque Olofsson era muy famoso en Suecia. Era considerado como una persona extremadamente peligrosa”, contó Ehnmark a la BBC.
La policía liberó a Olofsson y permitió que la pareja de criminales se reuniesen en el banco. Cumplió con todas las exigencias, menos una: le prohibió a Olsson y Olofsson que se llevaran a los rehenes con ellos cuando escaparan. Pero esa era, en verdad, la principal estrategia de los delincuentes para asegurar su huida.
Esa misma tarde, tras la llegada de Clark Olofsson al banco, los secuestradores permitieron a Ehnmark hacer llamadas telefónicas. La joven empleada se comunicó con el primer ministro de Suecia, Olof Palmme, quien atendió su llamada personalmente. El diálogo duró poco menos de una hora. Pero lo sorpresivo es que la rehén no pedía que la policía interviniera, sino todo lo contrario: en la grabación de la llamada se escucha a la secuestrada decirle al primer ministro que estaba “muy decepcionada” con él.
“Creo que está jugando con nuestras vidas. Confío plenamente en Jan y el otro ladrón. No nos han hecho nada. Han sido muy amables. Lo que temo es que la policía ataque y nos mate”, le dijo.
Antes, Ehnmark se había comunicado con un canal televisivo: “Confío plenamente en él, viajaría por todo el mundo con él. No nos da miedo Clark ni el otro atracador”, agregó. Años después, dio más detalles: “Intenté de todas las maneras posibles convencer a Palmme de que dejara que dos de nosotros fuéramos con Olsson y Olofsson en el auto”. El primer ministro le contestó que eso sería imposible. Y terminó el llamado.

Con el paso de los días, la policía parecía ponerse cada vez más nerviosa, y la sensación era compartida por gran parte de la sociedad sueca, que seguía cada avance del caso por televisión. La toma de rehenes fue el primer crimen televisado del país. Las cámaras que rodeaban al edificio registraron el momento en que los policías intentaron ingresar al banco y Olsson les disparó, hiriendo en la mano a uno de ellos.
Pero hubo detalles del caso que no salieron a la luz durante los primeros días ya que ocurrieron dentro de la bóveda, donde los cuatro oficinistas transcurrían su cautiverio. Años después, Ehnmark contó cómo vivió sus seis días de encierro. Según reconstruyó, un día Olsson quiso hacerle saber a la policía que los rehenes realmente estaban en peligro. Entonces eligió a uno de ellos, Sven Safstrom, y le dijo: “Te voy a disparar en la pierna, pero voy a evitar los huesos, para no hacerte tanto daño”.
Safstorm reaccionó con miedo. Entonces, ante el griterío del resto de los secuestrados, Ehnmark se sorprendió a sí misma tranquilizando a su compañero de trabajo: “Sven, es solo en la pierna”, le dijo.
“Decirle a una persona que no sea cobarde, que es solo la pierna, ¿qué clase de persona hace eso? Yo no soy así. Pero lo dije. Es lo peor que he dicho en toda mi vida, a nadie”, explicó ella décadas más tarde, en un documental.
Pero, aparentemente, lo que hoy se conoce como el Síndrome de Estocolmo no afectó solo a Ehnmark. Al día cinco de la toma de rehenes, la policía comenzó a taladrar el techo del banco. Cuando finalmente lograron atravesar el techo, Olsson disparó hacia arriba e hirió a un efectivo.
“Lo oímos por la radio. Dijeron que uno de los policías había recibido un disparo. Cuando lo supimos, las chicas gritaron “¡Bien! ¡Le dimos a uno!”, contó años más tarde Clark Olofsson en el mismo documental.
Finalmente, al sexto día, la policía lanzó gas lacrimógeno por todo el banco. Fue entonces que los dos criminales se rindieron. Olsson fue condenado a 10 años de prisión, mientras que Olofsson salió absuelto, dado que el tribunal consideró que el Estado lo había implicado en el caso.
“Me gustaba o estaba enamorada. No espero que nadie en todo el mundo entienda lo que significó para mí, tenía 23 años, estaba muerta de miedo”, afirmó Ehnmark, sobre uno de los dos criminales.
El síndrome de Estocolmo explicado
Pocos años después del caso, el psiquiatra Frank Ochberg fue el encargado de definir el síndrome para el FBI y el Scotland Yard: “Cuando una persona normal es secuestrada por un delincuente que tiene el poder de matarla, en cuestión de horas, el rehén tiene una especie de regresión a emociones infantiles: no puede comer, hablar, ir al baño sin permiso. Hacerlo es un riesgo, así que acepta que su captor es quien le da la vida, como lo hizo su madre”, explicó.
Según el reconocido psicólogo canadiense Paul T. P Wong, no es posible transitar un secuestro y el cautiverio sin sufrir afectaciones psicológicas. “El síndrome de Estocolmo es un fenómeno paradójico en el cual la víctima desarrolla un vínculo positivo hacia su captor como respuesta al trauma del cautiverio”, ha escrito en un artículo sobre el tema.
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