
“Voy a salir viva de esto”. A los 50 elige contar que fue violada porque aprendió que silenciar el trauma frenaba su proyecto de vida
Alienta a las mujeres a olvidar los traumas del pasado y celebrar la madurez como símbolo de brillo y poder
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Cuando tenía 19 años fue violada por un grupo de siete hombres que se turnaron para someterla. Eran ocho pero al último le dio asco y no siguió. Estaba con su novio de vacaciones en la orilla del río Neuquén, en el sur de Argentina, los delincuentes los amenazaron, a ella le pusieron un cuchillo en la garganta y a él lo obligaron a observar.
Cuando volvió a Buenos Aires Flora Proverbio, la mujer atacada, se lo contó a su familia pero ellos no supieron del todo qué hacer con ese relato. Padre psiquiatra y madre psicóloga, paradójicamente, no le propusieron que hiciera psicoterapia. La vida continuó su curso “normal”, como si nada hubiera pasado, como si el acuerdo tácito de no preguntar demasiado, de no dar lugar a la conversación para evitar el morbo o el tacto de no “revolver los recuerdos dolorosos” bastara para olvidarlos.
“El instinto de supervivencia me llevó a decir ' esto no va a cambiar quién soy’ y a decidir poner eso aparte para seguir adelante con mi vida, pero yo elegí hablar, a diferencia de otras personas que no eligen hablar”, reflexiona Flora. “El primer gran aprendizaje que tuve es que al contar lo que me había pasado, empezaron a contarme una gran cantidad de historias de abusos. Esto pasó en 1990, cuando no se hablaba tanto de estos temas y muchas mujeres de mi entorno me revelaron abusos que habían sufrido”.
No era un hecho individual
Esos relatos le mostraron un panorama distinto. Entendió que lo que le había pasado a ella no era un hecho individual sino que las violencias y los abusos eran un problema social, algo mucho más frecuente de lo que se mostraba en aquel momento. “Empecé a tener la percepción de que esto estaba en todas partes; entonces, en cada lugar al que iba me preguntaba ¿a cuántas mujeres de las que están acá las habrán violado y no hablan de esto ? o ¿cuántos hombres de los que están acá habrán abusado de alguien y no hablan de esto?.”.
De algún modo, esa noción de que lo individual también puede ser parte de un hecho social la ayudó, por un tiempo, a dejar a un lado el sufrimiento por su propia vivencia para poder seguir afrontando el día a día con actitud positiva. Aunque, silenciosamente, el trauma de lo vivido había quedado fijado en su psiquis, y, lógicamente, la seguía afectando. Los efectos del daño emergieron en distintos planos de su trayectoria vital.
Hoy, a los 53 años, reconoce que demoró mucho tiempo en reconocer el impacto que este hecho había provocado en su desarrollo personal durante los años que siguieron. “Por sostener ese esfuerzo de decir ‘esto no va a cambiar quien soy’ se me fue muchísima energía vital durante muchísimos años.”, asume.

Al principio agradeció que no la mataron. En parte, lo atribuye a su fuerte instinto de supervivencia que la llevó a pensar “Voy a salir viva de esto”. Después, se propuso sobreponerse lo más rápido posible. No iba a permitir que eso la llenara de miedo ni le impidiera disfrutar de todo lo bueno que, a su edad, tenía por delante. Menos que menos, iba a dejar de lado su sexualidad, algo de lo que disfrutaba ya desde hacía algunos años. “La violencia sexual era un tabú en aquel entonces, un secreto vergonzante. La angustia por lo que me había pasado y los pocos dispositivos de los cuales echar mano, hicieron que, a pesar de ser un psiquiatra y una psicóloga, mis padres, quedaran paralizados, incapaces de acompañarme.”, comenta. Decidió, entonces contar lo que le había ocurrido a sus amigas y a las madres de ellas, buscando alguna respuesta, algún gesto de apoyo, alguna palabra que le devolviera algo de la integridad que le habían arrebatado.
Por ejemplo, quiso saber: ¿a alguien más le había pasado? Fue así que se encontró con que -algo que jamás había imaginado- varias mujeres de su entorno guardaban historias de violencia sexual que jamás habían contado a nadie: la madre de su mejor amiga había sido abusada por un primo durante su niñez, su compañera de estudios en la universidad había sido forzada a ser “amante” de un tío desde los 7 hasta los 11 años que le decía ser su novio. Con el tiempo, el hablar abiertamente sobre el tema, descubrió a muchas más víctimas.
“¡Qué equivocada estaba!”
“Creí que podía decidir que la violación no cambiaría quien yo era. ¡Qué equivocada estaba!”, dice Flora. Es que para probarse que “nada había cambiado” en su forma de ser, que esos violadores no le habían arrebatado la autonomía ni la capacidad de disfrutar de nuevas experiencias, se fue al otro extremo. Mostrarse firme, decidida y segura. En el ámbito sexoafectivo, terminó la relación con ese novio y tuvo sucesivos compañeros sexuales que, con la madurez que le dieron los años, ahora reconoce que esas experiencias se daban en condiciones de escasa contención y seguridad. Se ponía en peligro una y otra vez, como si nada de lo que le pasara pudiera ser más aterrador que la violación, esa experiencia límite de la que había logrado salir viva y creía que había superado.

Tampoco pudo seguir yendo a la facultad, empezó y dejo un par de carreras. “Mi vida se nubló de tal manera que no podía sostener ni proyectar nada. Hoy me conecto con mi yo joven y entiendo que tratar de negar el impacto del trauma, consumía toda mi energía vital. Hoy me perdono por no haber podido sostener, entre otras cosas, mis estudios o algunos trabajos. Y claro… ¡Fue un esfuerzo titánico!”.
Quince años después se mudó a Nueva York, donde trabajó para una compañía de publicidad. Un día fue al teatro a ver Monólogos de la vagina, de Eve Ensler, fundadora y directora artística de V-Day, un movimiento global contra la violencia hacia las niñas y las mujeres. Ese hecho la conectó con el trauma que llevaba a cuestas. “La obra me sacudió muchísimo. Llegué a mi pequeño departamento en el centro de Manhattan y lloré tanto que al otro día no pude ir a trabajar. Después de tantos años, por primera vez entendí que nombrar y poner en palabras el impacto traumático era fundamental”, afirma.

Los años siguientes se entregó a un proceso de reconstrucción personal: leyó muchos textos sobre la cultura de la violación y se sumó a trabajar con una organización contra la violencia de género. “Aprendí que la violencia sexual es una epidemia social que nos marca íntimamente. Como tal, requiere ser abordada con medidas sistémicas. Aquí también aplica aquello de que “lo personal es político”, sostiene y lo confirma una vez más: “Esos 45 minutos a mis 19 años me marcaron tanto que hoy no imagino cómo hubiera sido mi vida sin aquel episodio. Cuando lo comparto algunas personas sienten un poco de curiosidad morbosa. Sé que se preguntan cómo habré quedado o si podré disfrutar del sexo.”
“Al menos no me mataron”
“Pienso que tuve más suerte que otras personas: no me mataron. Además, cuando esto me sucedió yo no era una niña y había comenzado mi vida sexual a punto de cumplir 14 años. Ya sabía que el sexo era disfrute. Y, fundamentalmente, las personas que me lastimaron no eran de mi entorno, como suele suceder. Recién al ponerle tantas palabras a este hecho, casi 30 años después de sucedido, incorporé con toda la paleta de matices a aquel hecho de violencia que había sufrido y, si bien la cicatriz está, hoy no duele. Es un dibujo importante en la trama de mi vida.”, concluye la divulgadora.

Quizá por eso, Flora Proverbio, consultora de empresas, organizaciones y emprendedores en economía de la longevidad, conferencista y coordinadora de Plateadas, una comunidad de mujeres mayores de 50 años se tomó como un desafío personal promover que las mujeres se adueñen de su deseo y puedan vivir como ellas quieren sin limitarse por barreras sociales o autoimpuestas.
Su primer libro, Triángulos plateados, que publicará Editorial Galerna en octubre, indaga sobre dos temas de actualidad que afectan la vida de las mujeres adultas en los tiempos que corren: la longevidad positiva o cómo disfrutar más de nuestras vidas y el deseo femenino, un tema silenciado históricamente que las mujeres hoy exploran con avidez y placer. Como otra de las herramientas a las que Flora acudió a lo largo de los treinta años que pasaron desde que sobrevivió a un ataque sexual, como una de las tantas formas que encontró para sanar esa herida del pasado, el libro transforma las vivencias propias y las de otras muchas mujeres que por primera vez se atreven a hablar de su sexualidad o de sus vivencias traumáticas, en reflexión, información y una herramienta de aprendizaje. Flora propone aprender a desarrollar la inteligencia sexual y ofrece herramientas para aumentarla. Sin pretender teorizar, pero de la mano de personas científicas, profesionales y expertas en los temas que aborda, el libro provoca empezar a hablar de aquello que duele pero que pide ser contado.
“Lo que quiero hacer con mi trabajo como experta en la vida después de los 50, es reconocer las oportunidades que nos esperan en este mundo donde vivimos cada vez más y por eso necesitamos reescribir la narrativa sobre la madurez femenina.”, explica Flora. “Y un tema que me interesa especialmente es el de la sexualidad, que de eso se trata el libro, y siento de alguna manera que el episodio de mi violación cuando tenía 19 años hizo que yo siempre pensara en el derecho al placer que tenemos las mujeres. Es que a partir de este hecho toda la vida reflexioné acerca de las diferentes posibilidades del acceso al placer y cómo transitamos la sexualidad las mujeres.”, añade.
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